Hace muchos años, cuando nadie abordaba ese tema, Manuel Buendía insistía en la necesidad de contar con una política de comunicación social en lugar de una política de promoción personal.

Eran los tiempos –dicen– del dominio absoluto del aparato estatal sobre los medios informativos. Una televisión sometida cuyos noticiarios (no ha variado mucho el asunto) se dictaban desde Los Pinos y en casos menores desde Gobernación; los periódicos vivían del papel subsidiado por la Productora e Importadora de Papel (PIPSA) y las estaciones radiodifusoras gozaban más la cumbia y menos la trivia noticiosa.

Pero como en otras muchas cosas de la vida mexicana, todo cambió para seguir igual. Don Guiseppe Tomasi de Lampedusa, quien por cierto jamás vio publicada su magistral novela “El gatopardo”, debería figurar en el panteón nacional en sitio destacado junto a André Breton y Franz Kafka, según se sabe.

La comunicación social, cuyas oficinas y gastos excesivos son arte del decorado político mexicano, tiene muy poco de lo primero y mucho menos de lo segundo. No se trata de volcar conocimientos sobre públicos quehaceres hacia los ciudadanos (lo cual no sería sino apenas una obligación cumplida de innecesario reconocimiento y aplauso) , sino hacer de estos una masa dócil y sumisa, persuadida a goles publicitarios insistentes, no en la calidad de las obras del gobierno sino en los talentos mayores de los burócratas de casi tofos los niveles.

Por desgracia todo se ha querido transformar mediante reglamentos restrictivos, sobre todo los relacionados con tiempos electorales, pero la verdad no se ha llegado muy lejos. Siempre se dejan rendijas por donde se escabullen los verdaderos intereses e la promoción política.

Un ejemplo de esto, excesivo y grosero por su abundancia, es la delirante propaganda de los gobernadores cuya autonomía en el gasto y en el gusto, los hace inmunes a cualquier señalamiento. A ellos les place mirarse en el espejo.

Recuerdo a Buendía cuando explicaba: son vendedores de cuentas y abalorios (los jefes de prensa o comunicadores sociales) y compran además de los adornitos, los espejos vanidosos en cuya superficie azogada le contestan a sus jefes cuando éstos preguntan, ¿quién es el más guapo, quién es el más inteligente, quién va a ser presidente?

Y presurosos, lambiscones y obsequiosos, le responden: tu, mi señor, tu.

Veamos por ejemplo el caso pavoroso de Eruviel Ávila cuya sonrosada figura (tan alejada de su pasado vidriero) nos aparece en la televisión con frecuencia excesiva. NI siquiera Lucero antes del desastre cinegético aparecía tanto en la pantalla ni con tanto maquillaje.

Ávila irrumpe en las pantallas con cualquier pretexto. Una obra, una adhesión a las políticas presidenciales, una ocasión cívica, cualquier asunto lo convierte en el ajonjolí de todos los moles y en la esfera navideña de todos los arbolitos.

Otro personaje cuyos excesos han sido motivo de críticas ante cuya pertinencia él contesta con vaguedades cínicas, es el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, un caballero de ojos muy abiertos y fulgentes, cuyo abuelo fue un connotado neurólogo y también gobernador de Chiapas, pues ya se sabe, vivimos en un pañis oscilante entre la dinastía y la oligarquía.

Velasco ha gastado carretadas de dinero (con la agradecida genuflexión de los medios favorecidos) para no decir nada, excepto la efemérides de un informe sin forma, una interminable palabrería de vaguedades, imprecisiones y fantasías, mientras la realidad carcome los cimientos mismos de ese desastre llamado Chiapas, donde la pobreza y la injusticia son superiores a la calidad de su literatura. Manuel Velasco se quiere mostrar como una ya en medio de la abrumadora miseria.

Y en ese sentido poco se puede agregar frente a los delirios transexenales de Rafael Moreno Valle gobernador de Puebla, quien ha comprado hasta una rueda de fortuna para simbolizar con ella de seguro, las dimensiones de su infatuada ambición. Este gobernador no maquilla la realidad en sus informes; se maquilla él mismo, se ofrece a la mirada halagadora de la cámara alquilada con el esplendor de la gomina (diría un bonaerense), la mirada en éxtasis ante la imaginaria contemplación de un futuro superior, digno, señor de todos sus esfuerzos y justa coronación de sus afanes, le dicen sus paniaguados.

Pero escuchemos, en este caso, la emocionada voz de un hombre cuya imagen crece con sus propias palabras: vamos apenas por la mitad; lo mejor está por llegar. Vamos por más.

Así, entre el delirio y los grandes negocios, con un coro de aduladores, una experta en afeites, un espejo portátil y todo cuanto haga falta para la construcción no de una nueva realidad sino de una mejor imagen personal, Moren o Valle, Velasco, Ávila y quien usted ,más quiera; pues el espacio no da para todo el relato, van los gobernadores de la mano de esa forma de la alquimia llamada Comunicación Social (pura propaganda) cuyo fin previsible en casi todos los casos es el mismo:

–Ni modo, Jefe, no legamos, pero nos quedamos en la raita, en la mera rayita… ( y de paso nos hinchamos).

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

1 thought on “Los pecados de la autopromoción”

  1. juntamente hoy 19 de enero «rindió» informe el gobernador de Yucatán y el susodicho personaje estaba entre los invitados junto a Mancera, me extrañó que él estuviera ahi.

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