Dos han sido los gestos recientes entre México y Cuba cuya trascendencia se verá en las relaciones futuras. El primero, prosaico y metálico: condonarles una deuda añeja a los cubanos, para demostrar no sólo desparpajo sino munificencia. Vengan esos cinco, ahí van todos estos milloncejos (340 de ellos) al fondo perdido, a la cartera vencida. Total, pelillos a la mar.

El segundo gesto ha sido visitar al quebrantado Fidel Castro cuya anciana condición lo convierte en una especie de paciente permanente, cuidado hasta la intensidad de la mejor medicina del mundo (dicen ellos), gracias a cuya magia caribeña se ha mantenido vivo, lúcido y hasta donde las cosas permiten activo en las cosas de su patria. Y aquí el posesivo es preciso. Patria o país, al menos, suyo de su propiedad de él, como diría un yucateco con afanes de exactitud.

Durante muchos años se condenó desde el pragmatismo tecnocrático en el lenguaje de la globalización, la importancia otorgada por los mexicanos a los símbolos. Todo lo importante en México parece ser simbólico: la pureza de sus historias, las virtudes de su mujerío, el cuerno de la abundancia de su imagen cartográfica, el culto guadalupano, la expropiación petrolera (mito, la llamó el Presidente Peña cuando se borraron las letras del decreto cardenista) y en ese mismo orden de cosas, la defensa de Cuba frente a los Estados Unidos, así la invasión de los rebeldes haya contado en algunos momentos con la anuencia de los espías y agentes gringos cuya acción permitió deshacerse del indeseable Batista para ir a dar al callejón sin salida del castrismo y su alineamiento con el pensamiento (y el armamentismo y el dinero) del desaparecido bloque comunista cuya disputa por el mundo fue conocida como “La guerra fría”.

Fría, fría, pero en el Caribe se calentaba la temperatura y los Estrados Unidos necesitaban una base para triangular sus movimientos hacia la isla. Por eso, dicen algunos, México jamás rompió relaciones con Cuba ni apoyó su expulsión de la Organización de los Estados Americanos. Obligado jugaba con dos cartas. Con talento, con imaginación y con un arma política de negociación con los americanos a quienes cada presión era respondida con un paso hacia Cuba y todo cuanto en los fines del siglo anterior llegó a significar, sobre todo en los tiempos del internacionalismo proletario y la exportación de revoluciones.

Pero eso es material para los historiadores. Lo interesante ahora es saber, como decía el inolvidable maestro Pagés cuando los presidentes mexicanos viajaban al extranjero: ¿Oiga, y qué se nos perdió en Cuba?, por ejemplo.

Pues se nos había perdido el valor simbólico de frases como aquella de José López Portillo quien envalentonado por unos tragos, no de ron o tequila, sino de petróleo, gritaba a voz en cuello: “Lo que se le haga a Cuba se le hace a México”.

Hoy el presidente Peña acude a la isla y se reúne en el mejor de los climas con Fidel Castro, Lo lama líder histórico y líder moral de ese pueblo. Y lo es. Los funcionarios mexicanos hablan de Economía (Guajardo) y de diplomacia (Meade). Se plantean negocios a futuro y se comienza a desbrozar un panorama de errores antiguos, para recuperar lo simbólico y plantear lo posible.

Si quieres la paz, prepara la guerra decían los antiguos, pero en este caso la receta sería otra, si esperas algo del futuro, primero arregla tu pasado. ¿Cómo arreglar el “comes y te vas”? Pues actuando de manera diametralmente opuesta, con calidez, con respeto, con cercanía. Y si se puede con dinerito, pues también.

–¿Es esta una cuestión ideológica? No. Las ideologías, hasta en Cuba, son sustancias ya diluidas en las aguas de la conveniencia. El pragmatismo se ha adueñado de todo en todas partes. Quedan rasgos, restos, líneas del antiguo ADN de los viejos dogmas, pero por todo el mundo no se habla sino de negocios, porcentajes, inversiones. La caja registradora ha sustituido al corazón del hombre.
El Presidente Peña sucumbe a los encantos habaneros, y cómo no si la vieja ciudad de La Habana es un sueño de azúcar. Hermosas sus calles rescatadas por Eusebio Leal, maravillosa su arquitectura y contagioso su bullicio, a pesar de todo. Con sus zonas descascaradas, sin adornos ni pintura, sus rincones basurientos, su malecón siempre húmedo de olas fugitivas donde uno puede ver a una mujer perseguida por las mariposas, La Habana –la ciudad de las columnas, le decía Alejo Carpentier–, seduce y encanta. Todos deberíamos volver a Cuba.

México ha pagado una deuda de respeto por una Revolución (todo lo catatónica como ahora esté) a la cual no había necesidad de insultar. Se puede discrepar; pero no ofender.

Y en cuanto a la negativa mexicana de reunirse allá con la disidencia de blogueras y Fariñas, el gesto debe comprenderse como una cuestión de tacto. Cuando uno va a restañar heridas causadas por otros, no tiene sentido volver a hundir la cuchilla en la misma llaga, mejor suturar.

Ya quienes les dan voz a las blogueras y los inapetentes, como el Partido Acción Nacional, tendrán tiempo de alzar sus lamentos. Para eso los han traído a México, cuando su gana les ha dado. Ahora se trataba –desde el gobierno–, de cumplir un rito, de rescatar un símbolo.

–¿Útil o inútil? , ya lo veremos con el tiempo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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