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Con estrépito y arrogancia, como corresponde a procónsules todopoderosos, los americanos llegaron ayer a la ciudad de México. Hoy tomarán posesión de la chancillería o del Campo Militar donde decidan –ellos–, realizar su reunión de trabajo y ahí desplegarán sus documentos, impondrán sus condiciones y después regresarán a Washington a poner en práctica las decisiones y loa acuerdos debidamente consensuados y previamente aceptados excepto con mínimas observaciones.

Visita oscilante entra la milicia y la diplomacia con una sola finalidad: establecer aquí una oficina de operación de la “Iniciativa Mérida” o su nueva versión, llámase como se llame. Eso no importa.

Tampoco importa la consabida retahíla de lugares comunes sobre la cooperación, la colaboración, la frontera compartida y el futuro de las relaciones. Se trata de poner en práctica una tesis: los mexicanos son incapaces de gobernarse a si mismos. O al menos, para no llegar a los extremos del siglo XIX, los mexicanos son incapaces de resolver estos problemas solos.

Cosa de matices, cuestión de asperezas más o menos limadas, pero el hecho es muy sencillo: la maquinaria del imperio está en marcha de nuevo. Nosotros somos nada más un elemento en la operación general Y cuando escribo nosotros quiero decir nuestro gobierno, experto en camisas de once varas, falsas cruzadas y dobles intenciones.

El intento militarista de legitimación ha fracasado. La intervención americana, disfrazada de cooperación ante la muerte de sus conciudadanos en ciudad Juárez nada más lo confirma.

Hoy, en los albores de nuestra conmemoración por el Bicentenario deberíamos comparar este despliegue del militarismo americano con los sucesos de 1910 cuando Henry Lane Wilson, entonces embajador estadunidense en México, acudía con Porfirio Díaz a la afrancesada colonia Juárez para colocar en la plaza de las calles Dinamarca y Londres la primera piedra del monumento a George Washington. *

Gastón García Cantú lo escribió así en un bello artículo llamado “Los rojos”

“…el sitio, a partir de entonces, sería el centro de la colonia americana en méxico. La ceremonia fue solemne… Ciertamente las advertencias del profesor Archibald Coolidge dictadas en La Sorbona tres años antes se cumplían: la penetración pacífica para unos y otros había sido preferible a la anexión. Si México cayera en el “carril de las revoluciones” y su política fuera hostil a los extranjeros, Los Estados Unidos intervendrían como ocurrió en Cuba. La advertencia estaba hecha… el único modo de evitar la intervención era imponer el orden y el buen gobierno. Y Díaz lo había alcanzado.

“…si bien Canadá y Terranova habían logrado desplazar a México del primer lugar de las inversiones norteamericanas en el exterior, no era por amplio margen. De los 2 mil 524 millones de dólares las propiedades en México eran el 26.4 por ciento del total de lo invertido. Los 15 mil norteamericanos residentes, ocupaban un lugar predominante en la “raza blanca” de la nación; de ellos mil 115 representaban los grandes negocios. Las empresas a las que debía México el esplendor del Centenario de la Independencia.”

Hoy podríamos decir, los Estados Unidos comparten una preocupación nacional genuina en la lucha nacional contra el crimen organizado y no estos asuntos comparables a las groseras intervenciones de antaño. Quizá la lucha “nacional” sea genuina, pero el interés de ellos no puede serlo.

Ni en lo económico, ni en lo político. Mucho menos en lo militar.

Bien se cuidan, por otra parte, en actuar nada más cuando el platillo de las justificaciones éticas y políticas se inclina de su lado. En ese sentido la muerte de los funcionarios consulares de Ciudad Juárez fue una coyuntura favorable. Pero sin ella esta “desembarco” iba a ocurrir de todas maneras. Desde hace meses se había divulgado en los medios el trabajo sistemático desarrollado en el Fuerte Bills muy cerca de la frontera, en El Paso.

En este sentido vale la pena recordar las palabras de Carlos Pascual, embajador de EU, el pasado 14 de marzo:

“… Tal como dijeron el Presidente Obama y la Secretaria Clinton:

“Ésta es una responsabilidad que debemos llevar juntos hombro con hombro, en particular en las comunidades fronterizas en las cuales fuertes lazos de historia, cultura e intereses comunes unen a los pueblos de México y de los Estados Unidos”.

“Junto con el Presidente Obama y la Secretaria Clinton, me he comprometido ante nuestra comunidad diplomática a trabajar incansablemente, en completa coordinación con nuestros socios del gobierno de México, para hacer todo lo necesario para garantizar la seguridad de nuestro personal y sus familias en México y asegurar que los responsables de estos horrendos crímenes sean llevados ante la justicia”.

En la comitiva destacan por su papel a futuro, el Secretario de Defensa, Robert M. Gates; la Secretaria de Seguridad Interior, Janet A. Napolitano, el Director de Inteligencia Nacional; Dennis Blair y el Asesor Presidencial en Seguridad Nacional y Contraterrorismo John O. Brennan.

La única pregunta sin respuesta es ¿cuántos de sus hombres se quedarán aquí permanentemente en labores de “inteligencia”; contraterrorismo y Seguridad Nacional?

Cuantos México tolere; o sea, cuántos ellos impongan.

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*Esa estatua está hoy en la III Sección del Bosque de Chapultepec.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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