Esta mañana quedará teñida, quizá hasta avanzadas las horas de la hora bruja, es decir, cuando aparece el Véspero, por el afán o el desdén de acudir a las urnas en Coahuila, Nayarit, Veracruz y el Estado de México, para ilusoriamente decidir los nuevos rumbos, senderos ideales e imaginarios por los cuales jamás se transita una vez satisfecho el requisito del ánfora y la expresión general de la voluntad transformadora, en el volátil papel de una boleta de sufragio.

La experiencia nos lo demuestra: la realidad –de fondo; no de maquillaje–, no se cambia con el voto, se cambian los protagonistas de una realidad cuya terca presencia parece gobernarse a si misma, por encima de supuestas voluntades de cambio.

“La democracia electoral –dijo Thomas Carlyle–, es el caos provisto de urnas”. Y en algo acertó.

Pero mientras no se invente un sistema distinto, ésta es la expresión más acabada de las cosas políticas al alcance de la mano de los ciudadanos.

Toma uno su credencial con fotografía, acude a su casilla, se forma en una fila paciente y casi siempre rápida y recibe una abundante papelería. Se mete a una especie de gabinetito y con un  marcador graso le pone una marca a su voluntad. Una cruz. Cada quien su cruz.

Y como por arte mágica, la voluntad se expresa. El voto se ha emitido y después será contado con sus semejantes. Todo quedará escrito e inscrito en un acta. La suma de todo eso se llama expresión popular: la mayoría decide, el elegido será investido de poderes plenos. Es una especie de fórmula canonizadora.

“El pueblo habló con  la voz del voto”; nos dijo en una vieja ocasión el célebre Mario Moya Palencia cuando presidía la desaparecida Comisión Federal Electoral. El pueblo, en aquellos años, era monolingüe. Solo hablaba una lengua, la democracia no tenía otro idioma.  Se cantaba en el mismo tono, se caminaba por la misma acera.

“Éramos felices y hasta ahora nos venimos a dar cuenta”, dijo un cínico invadido por la nostalgia.

Quienes buscan victorias por encima de lo ya conocido –como en Coahuila, doblemente sabido–, invocan una figura idílica: la alternancia. Quienes buscan el poder también argumentan la necesidad de otros ropajes en pos de otros resultados.

Los monjes cambian de hábito pero no de credo, la realidad sobrepasa la inexistencia de las ideologías. La alternancia, en términos reales, sencillos, simples y rotundos significa nada más una cosa: ¡Quítate tu para ponerme yo!

Lo demás es pasto de la propaganda electoral.

Pero la “realpolitik” suele ser más simple: Maquiavelo nos enseñó:

“…Pero cuando las ciudades o provincias están habituadas a vivir bajo la obediencia de un príncipe como están habituadas, por una parte a obedecer y por otra carecen de su antiguo señor, no concuerdan los ciudadanos entre sí para elegir a otro nuevo; y no sabiendo vivir libres, son  más tardos en tomar las armas. Se puede conquistarlos con más facilidad y asegurar la posesión suya…”

El gran Napoleón, al leer estas reflexiones florentinas, anotó:

“Especialmente cuando de dice que se le traen la libertad e igualdad al pueblo”.

Traerle al pueblo igualdad y libertad. ¿Cuántas veces se han  escuchado esas palabras? ¿Cuántas veces las mismas ofertas? Toda la vida. Afanes incumplidos, falsas promesas.

No importa quien gane las elecciones. Nayarit seguirá siendo un  estado empobrecido, excepto por la camarilla operadora de sus bellezas turísticas en un gobierno hereditario; en Coahuila nada cambiará ni en la zona carbonífera ni en los tristes eriales de la Candelilla.

Los veracruzanos seguirán viendo el destorlongo crónico y el saqueo permanente de la feracidad de la tierra y la insondable riqueza mar. Los mexiquenses conocerán, quizá un nuevo horizonte; el peor imaginable.

Y así iremos, a tropezones por la historia, pero envueltos en el nuevo celofán de la elección: Somos otros, no importa si seguimos siendo los mismos.

La alternancia nada más significa comprar un espejo nuevo.

La imagen es la misma.

METROBUS

Nos cuenta la enciclopedia del célebre ingeniero de minas, Ellois Bolland:

“A los ingenieros de origen austriaco Alois Bolland y Ferdinand von Rosenzweig, les tocó realizar el trazo y proyecto de la obra (el Paseo de la Emperatriz).

“Originalmente incluía dos sentidos de nueve metros de ancho con camellón central de un metro y medio y dos paseos peatonales a los lados de nueve metros cada uno, llenos de vegetación de ornato.

“Su trazo desde un inicio presentó la oposición del Ayuntamiento de México y los propietarios de los terrenos agrícolas y ganaderos que atravesaría.

“Entre las múltiples razones técnicas que argumentó el Cabildo estaba  la fragilidad del terreno, mismo que se había ganado gracias al desecado del lago de Texcoco, por lo que el suelo solo estaba formado por lodos compactados que, según sus argumentos, podían ofrecer poca resistencia, además de que la tierra era aún muy salobre y no sería fácil que creciera la vegetación abundante que requería el proyecto.

“La obra a pesar de todo (como se observa esta tradición de decirle no a todo es antañona y ruca) continuó y fue encargada luego de un concurso a los hermanos Juan y Ramón Agea bajo la supervisión del Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio cuyo titular era por entonces Luis Robles Pezuela.

“Del proyecto original de 3.15 km solo se llevó a cabo una parte entre 1864 y 1865, un camino de unos 20 metros de ancho lo cual era enorme para la época, sin camellón central y solo unas zonas reservadas a los lados para el descanso de caballos.

“Por entonces no había prácticamente ninguna construcción en sus lados y de inicio no se consideró necesario el uso de banquetas.”

Pues bien, el Paseo de la Reforma es ahora una avenida ecléctica, con edificios de distintas alturas: rascacielos contra edificios enanos en una misma calle. Viejas casonas y desigualdad cromática. Todo es un champurrado, todo es una ensalada. Si no fuera por los árboles cuya fronda disimula el horror, esta sería una fea avenida, un horrible boluevard, como lo es en el espantoso tramo de la avenida Juárez a la zona de Peralvillo, allí donde comienza la peor parte del Tercer Mundo: la colonia Morelos y sus conurbaciones.

Y ahora, la más reciente las ocurrencias es tender sobre su larga extensión, del tramo Norte a las Lomas de Chapultepec, la séptima línea del Metrobús, obra ahora limitada por determinación judicial, pues ha querido el juez octavo de distrito en materia administrativa, Fernando Silva, una suspensión condicionada al respeto ecológico del intento transportista menciona.

No lograron los miembros  de la Academia Mexicana de Derecho Ambiental (quienes interpusieron el amparo) frenar la obra entera, pero si condicionar  su avance al respeto de las áreas verdes, el arbolado y la estructura urbana, lo cual es un terrible contrasentido, pues la estructura misma resulta alterada con la construcción de terminales y el paso de los pesados autobuses, cuyo tonelaje ya destruyó la carpeta de concreto hidráulico cuya inauguración por el ingeniero Buenrostro, desde los tiempos de Cuauhtémoc  Cárdenas, se nos había pro metido para durar un siglo, por lo menos.

Pero en fin, ya hay un amparo y la resistencia sigue, y sigue. De poco servirá a la larga, pero alguien podrá lavarse la cara y la conciencia.

“Se los dije”, repetirá resignado cuando el gran Paseo se convierta en un atasco perdurable.

COLOSIO

Protesta por fin José Murat como responsable de ese centro de pensamiento político llamado “Fundación Luis Donaldo Colosio”. Algunos alzaron  voces al cielo cuando fue propuesto y elegido, pero nada lograron.

Hoy, con sus ideas tratará de profundizar en el pensamiento político. Esa fundación, heredera del viejo IEPES, tiene mucho o poco que hacer. Depende quien la conduzca en un tiempo de anemia ideológica.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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