El cielo se llena de gritos. ¡Dios mío!, nos han espiado.

El gobierno fisga, mira, escucha cuanto le debería estar vedado no sólo por cumplir con la ley sino por decoro, por decencia. ¡A dónde hemos llegado!

Todo estalló con un refrito del “New York Times”, un periódico cuya fama no lo salva de publicar las noticias con retraso. La prensa mexicana dio a conocer hace ya muchos días (el 24 de mayo) las notas de cómo, molestos y ofendidos por la desatención y la falta de investigación a sus denuncias de espionaje, los integrantes civiles de la plataforma del “gobierno abierto”, se habían levantado de la mesa.

Son los mismos cuyos nombres ahora aparecen en el NYT y de quienes no hace falta repetir identidades. Ya se sabe, ya se conocen.

Obviamente el espionaje es una práctica abusiva y ventajosa. Y por desgracia para los gobierno del mundo, necesaria e inevitable. Para eso sirven los servicios de inteligencia. Para eso existen.

Hace años ese aparato en México estaba en una dirección de investigaciones “políticas y sociales”. Hoy se llama Cisen. En aquel tiempo esa oficina trabajaba de la mano de la Dirección Federal de Seguridad. Hoy ya no existe ese buró.

Sin embargo muchos de quienes hoy se arrancan los ropajes en señal de duelo o ira, han sido grandes promotores del espionaje. ¿No hay un diario mexicano orgulloso de pertenecer a la organización internacional de Wikileaks? ¿No han alzado un altar en honor de San Julián Assange? ¿No son cientos de miles las buenas conciencias capaces de sacar de la cárcel a Edward Snowden?

Pero en esto, como en las viejas tiras cómicas de Antonio Prohias en la vieja revista “Mad”, hay un espía blanco y uno negro. Uno malo (quien me espía a mi) y otro bueno (quien me sirve a mi).

En México buena parte de la prensa se alimenta de filtraciones y muchas de estas (hasta las de “Mexicoleaks”) provienen de fuentes inciertas, por decirles de alguna manera.

No podría ahora esta columna establecer una relación exacta de la cantidad de videos y audios misteriosos con los cuales se han alimentado en los últimos años, noticiarios de altísima calidad e impecable sentido del honor, provenientes de servicios de espionajes del gobierno o de alguien más.

Esos materiales anónimos (videos, grabaciones destructivas de carreras políticas o prestigios personales), son materia frecuente de la prensa más honorable del país. Y en esos casos nadie chilla, nadie dice nada, sólo se mira subir la aguja marcadora del “rating” o el tiraje. Se trata de “hazañas” periodísticas.

Hoy muchos alzan la voz contra el gobierno por haber espiado o por no haber investigado las denuncias de espionaje. El gobierno se hace a un lado (cosa bastante frecuente), pero nadie ofrece pruebas definitivas. Ni el NYT ni los quejosos iniciales.

Por el espionaje nos enteramos de los videos escandalosos de Bejarano, por ejemplo. Por el espionaje sabemos de la diputada Cadena. Así supimos hasta de los casos de pederastas y por filtraciones de diverso origen sobreviven las más respetables catedrales (donde se dicta cátedra) del periodismo.

Obviamente eso no autoriza al gobierno a fisgar en la vida privada de los activistas, pero en una época de dispersión informativa, en la cual cada quien lleva consigo una cámara o una grabadora en el teléfono celular, resulta demasiado fácil meter la nariz en la vida del otro.

Yo no sé, como tampoco quienes lo han denunciado sin pruebas, si ese “malware” proviene de las compras del gobierno a los judíos de la Mosad o el grupo NSO o alguien “hackeo” a los “hackers” como algunos dicen.

Pero la intervención de los canadienses de un llamado “Citizen Lab” y la presencia de la prensa estadunidense alimentada, obviamente desde aquí, nos llena de ingredientes para novelar al estilo de John Le Carré o Ian Fleming.

Por lo pronto, si usted no tiene nada mejor por hacer en este día, abra esta página o vaya a esta tienda. No será necesario volar en un “Pegasus” para saber las andanzas de quien usted guste y mande.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

1 thought on “Espías buenos; espías malos”

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