En los tiempos pasados, en aquella época cuando los perros se ataban con longaniza, las elecciones eran un trámite recurrente ajeno al mundo de la curiosidad. Eran algo natural, como la lluvia o el cambio de las estaciones o la sucesión  de los meses en el calendario. Las cosas pasaban porque si y nadie tomaba muy en serio el asunto.

A fin de cuentas el fraude, el arreglo, la componenda, eran parte de la vida. El mundo vivía resignado y, en cierto modo contento y sin complicaciones.

Los candidatos derrotados se hinchaban de dinero gracias a la derrota; se quedaban con pueblos enteros o enormes terrenos en la playa o cientos de contratos para obras públicas y los ganadores ya ni mencionarlo.

La política y el ascenso al poder y el poder mismo, eran cosa de los políticos, no de los ciudadanos.

Todo mundo sabía los resultados de antemano y si otro fuera el resultado real; la imposición confirmaba los primeros designios. No eran elecciones, era la auscultación y después el señalamiento de un hombre en favor de su amigo, sucesor, compadre o aliado, quien en el momento mismo de quedar investido por la magia sucesoria, le volvía la espalda a su benefactor, en una infinita cadena de traiciones y rechazos a posteriori.

Era la época del “tapadismo”, de las elecciones de Estado dirigidas desde el gobierno a través de una Comisión Federal Electoral en manos del secretario de Gobernación en turno. Y así transcurría la vida, de una forma “sui generis” en el esplendor de la democracia dirigida, como  se le llamaba. Hasta el gran indio Juárez lo dijo alguna vez: si el gobierno no hace las elecciones, ¿quién las va a hacer?

Pero un día, tras la caída del “sistema” y la llegada al poder de Carlos Salinas de Gortari, en medio de sospechas rotundas de fraude (uno más), el aparato se descompuso.

El impulso demográfico y la búsqueda de acomodos de los grupos inconformes con la situación heredada cuyos beneficios aumentaban la concentración del poder en pocas manos, con todas sus perniciosas consecuencias, empujaron a buscar una forma equitativa de participación,  y el afán democrático (no se le halló mejor nombre) se convirtió en un imperativo cuyos resultados buscaban hacer realidad el largo anhelo de un  sufragio efectivo.

Efectivo por limpio, por veraz, por confiable, por universal.

La sociedad clamó por lograr el respeto a la voluntad a través del voto. Entonces se hizo todo un  reacomodo no solo de las fuerzas políticas, grandes y menores, sino un diseño administrativo para lograr una participación ciudadana en el proceso electoral.

Y nacieron los códigos, los tribunales, la fiscalía y el Instituto Federal Electoral.

Pero hoy todo eso está patas para arriba.

Ni el IFE ni el actual IN(Nacional)E han logrado elecciones absolutamente confiables. El instituto ha ido creciendo con una hipotrofia burocrática insostenible.

Ha asumido funciones secundarias (especialmente en medios de comunicación y supervisión de criterios) y aun  terciarias (inspector de tiempos radiofónicos); se ha llenado de parásitos y se ha convertido en arena de disputas interpartidarias.

Su intención ciudadana es una caricatura, reducida a los operadores de casillas en los días electorales; una mala caricatura y sus tiempos de esplendor, si alguna vez realmente los tuvo, son tan lejanos como para resultar apenas pasto de la nostalgia de cuando las cosas se pusieron hacer bien y se terminaron haciendo peor.

La Fiscalía contra los Delitos Electorales es una entelequia inútil. Jamás ha servido para cosa importante y ahora, tras haber caído en manos de un exhibicionista intratable al cual removieron por lenguaraz y torpe, ha quedado acéfala en medio del principio de la fiesta y en el ojo de un huracán de pícaros aprovechados del conflicto incrustados en esa difusa y gelatinosa hidra de muchas cabezas llamada sociedad civil organizada, pantalla de empresarios deseosos de poder y control político.

Todo el sistema electoral se basa en un antivalor y quizá ese sea su peor lastre y defecto: está hecho de pura desconfianza, por eso tiene una extraordinaria y estorbosa sobrerregulación. Se quiere evitar todo porque todo puede ser  delito o quiere serlo. Es un código de miedo,  no de participación política madura y adulta.

Se ha llenado de caprichos, como el voto en el extranjero y las candidaturas independientes con  requisitos realmente imposibles de satisfacer. La nueva plataforma electoral es un botín de los partidos cuya mala conciencia los mete a veces hasta en debate sobre si fue primero el huevo del subsidio o la gallina de la atención a los grupos afectados por un terremoto.

Pura demagogia.

Pero así se vive en estos tiempos de anhelo democrático. La democracia como eterna justificación hasta para mal organizar, reloj en mano, ñoños debates entre candidatos; supervisar encuestas, registrar plataformas, distribuir multas, solicitar papeles de una y otra cosa, abrumar a los medios, aburrir a los ciudadanos con una publicidad cansina y mal hecha.

Pero en fin, las cosas van así.

Y hubo, sin embargo, un tiempo cuando los perros se ataban con longaniza.

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Nos informa, ufano,  el gobierno del hallazgo petrolero más importante de los últimos quince o más años, por lo menos.

“Con la perforación del pozo Ixachi-1, 72 kilómetros al sur del puerto de Veracruz y cerca de Cosamaloapan, Pemex descubrió este campo con un volumen original de más de 1,500 millones de barriles de petróleo crudo equivalente (bpce), lo que podría representar reservas totales de alrededor de 350 millones de bpce.

“Este volumen es similar a los descubrimientos reportados hace un par de meses por empresas privadas con el pozo Zama-1.

“Se trata de un yacimiento que posee un gran valor económico, ya que es un campo terrestre que tiene la ventaja estratégica de encontrarse cerca de infraestructura existente tanto en pozos en producción como en el sistema de ductos nacional, por lo que puede entrar en producción más rápidamente”.

Ya lo sabemos. Donde hay petróleo hay ambición y la sangre del demonio es negra como este oro subterráneo o submarino por cuya posesión se han  derramado tantos miles de litros de roja sangre humana en todo el mundo.

Un  caso conocido de corrupción por la industria petrolera es Oderbrecht cuya influencia se ha extendido por toda América. Pero hay fraudes superiores en monto a ese tan célebre caso.

Estos son algunos datos de las empresas Compañía DMGP S.A. de C.V. y Constructora Subacuática Diavaz, las cuales han sido revisadas a fondo por la Auditoría Superior de la Federación, sin resultados definitivos hasta ahora, excepto la impunidad y el disimulo.

Pemex y la Secretaría de la Función Pública dicen no tener información sobre las  auditorias y la ASF las reporta “con seguimiento concluido”, pero no explica cómo se han solventado las observaciones hechas. La suma revelada no obstante, por a propia, ASF, es por la bicoca de 5 mil 468 millones de pesos.

El fraude detectado es por trabajos de mantenimiento de ductos, cobrados pero no realizados, entre otras cosas, con una vigencia –sea como sea–, hasta el 2019, cuando fenece el contrato.

Mientas tanto, nadie sabe, nadie supo.

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Por lo visto viene siendo más fácil encontrar petróleo en Veracruz a lograr empresas capaces de cumplir  requisitos para construir una simple terminal de taxis y autobuses. Vea usted:

“(DD).- La licitación para la construcción del Centro Intermodal de Transporte Terrestre del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) se declaró desierta, pues los ofertantes no cumplieron con los requisitos económicos, técnicos y legales.

“Entre las descartadas está la oferta de ICA Constructora, en consorcio con Cicsa, de Carlos Slim, que ascendía a 10 mil 880 millones de pesos.

“Asimismo, fue desechada la que Mota-Engil presentó en participación conjunta y sumaba 9 mil 517 millones de pesos.

“A las demás empresas participantes las eliminaron porque no cumplieron con requisitos técnicos o legales, según expuso el subdirector durante el acto de fallo para elegir ganador del contrato para este proyecto”.

Una de dos, o quieren amañar la concesión o en la Secretaria de Comunicaciones y Transportes se han  puesto rigurosos en verdad.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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