Mentiría si no reconociera mi estimación hacia Ricardo Monreal. Los periodistas no somos personas insensibles y en muchas ocasiones tenemos cercanía con las personas de las cuales escribimos. Sin embargo eso no debe nublar el juicio y mucho menos el juicio crítico.

Un cardiólogo no puede anteponer su simpatía por alguien para negar algo grave en el electrocardiograma ante sus ojos. Y yo veo a Monreal enfermo del corazón… o de la conciencia.

Ayer todos los diarios reseñaban un video elaborado por él mismo en cuyos minutos explica su encuentro con Andrés Manuel López, para simplemente no decir nada. Absolutamente nada, como veremos después. Pero hay cosas más allá de las palabras y son tan elocuentes como la mejor prosa. Y a veces tan sorprendentes como el mejor verso.

Y en las actitudes RM ha cometido varios graves errores, según esta columna.

El primero de ellos, ir a reunirse con AMLO dónde y cuando él dijo. Es decir –y se lo digo a un zacatecano quien gobernó las tierras donde creció lo mejor del toro mexicano de lidia–, dándole todos los terrenos al astado. Es decir, RM olvidó quién es en esta circunstancia el ofendido y a quien se le debía dar la cortés satisfacción del lugar de reunión.

Si recordamos el origen de esta divergencia, para no llamarla pleito, pues si tal ha sido Ricardo ha sido derribado a la lona, casi sin meter las manos, lo hallamos en el incumplimiento d una palabra: tu serás el candidato de Morena para el gobierno de la ciudad de México. Ese fue el pacto y hasta donde se sabe quien lo rompió no fue RM.

Después vino la pantomima ( admitida hasta por Monreal), de una consulta en los campos donde nada se necesita preguntar pues en un partido político serio, hay niveles decisorios. Lo demás son mamilas. Pero de ese biberón se valió López para dejar d lado a Ricardo y colocar a su “Delfina”, la doctora Sheinbaum quien, lo sabemos todos, es experta en embadurnar el queso y en decirle sí a todo al jefe máximo.

El segundo error fue salir con las manos vacías O decir al menos, no llegué a ningún acuerdo. Hay una edad en la cual esas tácticas de disimulo ya no merecen atención ni práctica. Si el problema fue una candidatura y esa no se resolvió favorablemente para el quejoso, pues entonces a otra rosa mariposa y cada quien para su casa. La de Zacatecas y la otra.

El tercer error es dejar en el aire la posibilidad de haber doblado la cerviz en función de una nueva promesa para el reparto de cosas aun inexistentes, como los cargos de un gabinete fuera de la realidad. Nadie sabe si Andrés Manuel llegue a la presidencia, pero Monreal sí sabe cómo incumple sus promesas. Para eso no necesitó ganar elección alguna. Ni la de Morena. Lo engañó y punto.

Para hacerlo secretario de Gobernación, como anunció Yeidcol (la correveidile), sería necesario, primero ser Presidente de la República. Para cumplir con su palabra anterior, sólo habría necesitado honrar su dicho. Y no lo hizo.

Un error más fue hablar con todos para quedar mal con todos. Si alguien tiene claras las cosas no necesita escuchar ofertas verdes, tricolores, azules o frentistas. Al menos así sucedía cuando los políticos cargaban en su equipaje ese anticuado artefacto conocido como ideología, doctrina o credo, el cual sirve hasta para saber con quién si y con quiñen no, pero desde antes, no después de escuchar el canto de las sirenas o las proposiciones decorosas o indecorosas.

Dice Monreal, yo no soy un ambicioso, lo cual es como si “El Checo” Pérez me dice, no me gustan los automóviles. Le gustan tanto como para dedicarse a ellos. Así el político, vive y trabaja en función nada más de su ambición.

Hoy Andrés Manuel ha dejado claro algo: en la política hay quienes mandan y quienes obedecen.

Y Monreal ha obedecido.

SEBASTIAN

Con motivo de los 70 años de vida del escultor Sebastián, un diario de esta ciudad publica por escrito y en video, una entrevista con quien, ante su enorme y justificado éxito nacional e internacional, es blanco favorito de todos los envidiosos dentro y fuera de la plástica.

Dice el colorido periódico norteño editado en esta ciudad: setenta años de vida y cinco de carrera profesional tiene este hombre.

–¿Cinco años nada más de carrera, maestro Sebastián? ¿Tanto en tan poquito tiempo?

¡Ay!, Jáuregui, cómo necesitan un corrector de pruebas.

De todos modos felicidades al septuagenario.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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