A raíz de la deserción del PAN y su repentina conversión al “pejismo lopezobradorista” de Gabriela Cuevas, en muchos sentidos tan chueca como un banano, se ha insistido en aquello de los políticos oportunistas y pragmáticos en extremo.

Yo no lo creo. Más lo veo de esta manera.

Yo no les llamaría oportunistas, simplemente estamos viendo una exhibición de la naturaleza real del político, del ser político, de esas personas quienes en el nombre de una ambición de mando, de un ansia desmedida de riqueza, de una satisfacción egoísta y a veces ególatra de estar por encima de los demás, son capaces de pasar por encima de los demás y también por encima de sí mismos.

Son traidores de todos; de los demás y de sí mismos.

Es la condición permanente de la desvergüenza, de la desfachatez, del arte de “comerte el sapo” todas las mañanas, no importa si en el proceso alguien se torna en su propio batracio.

En casos femeninos no diría “sapo”, diría “rana”.

Comer ranas, tragar sapos, ajolotes o salamandras; no hacer gestos, aguantar, callar, someterte, esperar el turno y como no hay turno, irte quizá cansado (o cansada) de hacer gárgaras de mierda, para iniciar el proceso en otra banda, en otro clan, en otro grupo, sin méritos pero con esperanza.

Todo eso muestra muy bien o ejemplifica con claridad la naturaleza ética de la política, la cual es ninguna. La política no tiene corazón, ni dignidad; la política no tiene canon, ni tiene norma, es simplemente el aprovechamiento personal de las cosas. Es el invernadero donde moral es cultivo de moras.

Pero esto llega a niveles de preocupación cuando la actitud siempre tan disimulada y siempre tan escondida en las buenas maneras y los ropajes y las explicaciones palaciegas y llenas de cortesía —como suele ser el doblez en la conducta de los políticos—, se aplica como grosera y cínica norma de todos los partidos.

Y pongo unos cuantos ejemplos, no hacen falta demasiados. Obviamente el más reciente es el de esta señora Cuevas, quien se ha tragado una rana del tamaño de una iguana. NO sólo ingurgitó sus palabras sino sus actitudes y desplantes trepadores.

Todo cuanto dijo de Andrés Manuel cuando lo insultaba, cuando fue a pedir un amparo para meterse a sus conferencias de prensa a sabotear la agenda matutina del entonces jefe de Gobierno; su actuación en el desafuero cuando le pagó una multa por instrucciones superiores, y finalmente su poca firmeza de carácter para sostener sus palabras, no las palabras de otros.

Se tragó su pasado con la lengua incluida.

Y por si no fuera suficiente vergüenza, su infantilismo tardío para decir:

—”…Es que me cayó muy bien cuando lo conocí, porque yo no lo conocía”; lo cual equivale a decir “yo lo insultaba porque me lo ordenaban”, cuando era una correveidile de cualquiera en el PAN.

Entonces, era una especie de esto llamado por un amigo de ella, por cierto, Fernando Gómez Mont: “el sicariato”.

“El sicariato”, la graduación en el oficio del sicario; también hay un sicariato verbal y un sicariato de Google y de WhatsApp, y de las redes sociales.

Pero ella es capaz de decir sí a cuanto le venga, con tal de permanecer en la Unión Interparlamentaria, una organización tan decorativa como inútil (eso suelen ser los organismos internacionales), pero con grado de excelencia en el turismo internacional.

¿Para qué? Para sentirse bien o para no sentirse tan mal

Y bueno, Javier Lozano es otro caso, y en ambos yo no veo en ellos y su ambición toda la culpa; en el fondo su conducta no es sino un poco de soberbia.

Lo incomprensible es cómo los partidos hacen de ese mecanismo la fórmula infalible de la leva: ahí van levantando cuanto caiga; porque a final de cuentas ¿qué quieren levantar?, algo con menor valor a la moralidad los políticos.

—¿Algo menor a los devaluados políticos?

¿Qué vale menos que los políticos?

—Los ciudadanos, el voto, la gente nacida para dejarse engañar. La masa, el populacho.

Yo por eso he desconfiado tanto de estos “procedimientos democráticos” -entre comillas-, porque cuando la gente se deja engañar, puede ir detrás de un hombre cuya vida partidaria de oposición comienza con Cuauhtémoc Cárdenas hasta llegar a Cuauhtémoc Blanco.

Entonces de ese tamaño es la desproporción, de ese tamaño es la falta de seriedad en la política, y de ese tamaño son los líderes merecidos por el pueblo. El pueblo bueno…

Si viviéramos en Estados Unidos no hablaríamos de éstos, hablaríamos de Donald Trump, quien así, con esas contradicciones, engaños, inmoralidades, amoralidades, oportunismos, ventajismos, desvergüenza, amnistía, amnesia, y cuanto hay, así llegó a la Casa Blanca.

Y alguien, aquí, así llegará a Los Pinos.

¿Quién? Cual sea, todos son iguales. Por eso da igual. El tiempo pasado es un desastre, el presente una abyección y el futuro es un engaño.

FEPADE

—¿Podrá en esta ocasión la FEPADE probar su utilidad, por única vez en su historia?

La reacción furibunda de Javier Corral nos lo hace suponer. A fin de cuentas las cosas no se van a resolver con una larga marcha maoísta en cuyas filas no viene Chou en Lai; viene Emilio Álvarez Icaza.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

2 thoughts on “Oportunistas, desvergonzados, endaces”

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