Instituto Electoral del Estado de México

Prescindamos por un momento de los formalismos legales en torno de campañas, inter campañas y campañas abiertamente declaradas como tal. Todo cuanto en este momento ocurre en torno de los partidos y sus elegidos, es una larga, compleja y en muchos momentos aburrida temporada electoral.

Las campañas parecen remendadas tiendas de campaña.

Y en medio de todo ese empeño persuasivo (eso y no otra cosa persiguen estas actividades auto promocionales; el convencimiento del electorado), aparece una novedad: un candidato cuyo mensaje, teóricamente es a los votantes, dirigido, con una linda dosis de audacia espontánea, a un señor ajeno a nuestro profeso y alejado del todo de nuestro país: Mr. Donald Trump, quien es utilizado como el villano ante el cual se puede mostrar patriotismo y gallardía en defensa de los dreamers, esos americanos a quienes la nueva política estadunidense ni siquiera reconoce como suyos, descendientes de mexicanos a quien México tampoco supo retener como suyos.

Son seres en un limbo. No los quieren donde están y su sueño no es venir aquí; su sueño es quedarse allá y ser estadunidenses con todos los derechos de los nacidos o nacionalizados para formar parte del Primer Mundo.

Pero bueno, el caso en la campaña es prenderse de cualquier recurso para llamar la atención y don Ricardo Anaya, a quien de todos modos muchos quieren meter en los escándalos inmobiliarios de sus familiares o sus fundaciones en Querétaro, se aparece en la televisión con la solemnidad de un profesor de Harvard y el acento de un latino esforzado en no parecer un latino, le endilga un discurso recomendatorio a don Trump, quien —dicen reportes del Cisen privado de esta columna— ha sufrido ataques de ansiedad por tan profundas palabras, al punto de estar al borde de abandonar su política antimexicana y olvidarse de sabotear el Daca y hasta de construir el muro.

El señor Anaya le dice a Trump, entre otras cosas comprensibles para millones de mexicanos por la subtitulación:

“Sr. Presidente, usted dijo en su discurso del Estado de la Unión que ‘los estadunidenses también son dreamers. Permítame decirle que esos jóvenes y niños también son americanos…’

“…Por esa razón y con todo respeto a la soberanía a Estados Unidos, y por las razones humanitarias más elementales, le pido a usted, presidente Trump, que proteja a esos jóvenes. No permita que sus sueños se conviertan en moneda de cambio de cálculos y transacciones políticas”.

Hace muy bien quien todo o elabora en sus recientes actividades a partir de “cálculos y transacciones políticas”; en decirle a Trump; por favor no juegue con los cálculos ni las transacciones.

Pero lo más notable es la autopromoción con cargo a su multilingüismo, pues ya Anaya ha hecho otras apariciones en su propaganda con el despliegue de su francofonía (oh,la,la; mais oui), lo cual lo convierte en un exitoso caso de trilingüismo, al menos, en un país con el lastre del diez por ciento de ágrafos sin lectura posible, y un porcentaje increíble de analfabetos funcionales quienes no dominan ni siquiera la lengua nacional como se le llamaba entones al castellano adaptado a nuestra cultura hispanoamericana.

Yo ignoro si el electorado agradecerá las preocupaciones de Anaya por el destino de los lejanos dreamers o si algunos de éstos van a pedir un plástico del INE para votar allá por un país cuyo paisaje desconocen. El voto en el extranjero es otra de las ocurrencias políticamente correctas de nuestros genios de la democracia; pero eso se verá otro día.

Tampoco sé si a los mexicanos los apabulle su sabiduría, su conocimiento de otras lenguas o su actitud de predicador adventista.

Si Rubén Darío le dijo a Teodoro Roosevelt palabras de lamento por el inclemente poderío americano, lo hizo desde una América hispanoparlante y cristiana (“…eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español…”), pero era Rubén Darío y no estaba en campaña.

La expresión sajona de Anaya quizá sea recibida de otra manera, como en la historia del boxeo, cuando El Chango, Rodolfo Casanova, se hundía en sus complejos, y perdía la pelea cuando Joe Conde le hablaba en inglés, como nos recuerdan los cronistas deportivos de aquella época.

O quizá crea en aquel consejo de las señoras de cierta época, quienes buscan para sus hijas una buena carrera comercial con mecanografía “y (sic) inglés”.

“…Alejandro Galindo, director de la mítica película Campeón sin corona, basada en la vida del púgil mexicano, plasma con fidelidad esos temores en la pantalla grande:

“Kid” Terranova (alter ego de Casanova) permanece inmóvil en el cuadrilátero, agacha la cabeza y proyecta un evidente complejo de inferioridad frente a las palabras en inglés pronunciadas por su rival Joe Ronda (en la vida real se trataba de Joe Conde, quien nació, por cierto, en la costa sinaloense y no en Estados Unidos)”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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