Instituto Electoral del Estado de México

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En muchas ocasiones la solemnidad pretende sustituir a la razón. A veces ni siquiera eso. La ciudad de México fue ayer escenario de un mitote sin ton ni son. el Supremo Gobierno decidió, gracias la ocurrencia del coordinador de los festejos del Centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia, José Manuel Villalpando, sacar las urnas doradas de la Columna porfiriana del Paseo de la Reforma, donde se guardaban las fantasiosas astillas de los libertadores de este país; para llevarlas al Castillo de Chapultepec con el también imaginario fin de clasificarlas y llevarlas más tarde, debidamente etiquetadas con relativa pretensión científica, a una exposición asaz innecesaria en el Palacio Nacional, cuya vejez repugna a nuestros políticos quienes lo han olvidado como sede del poder y lo usan cuando más para instalar comisiones inútiles, como esta de los festejos patrios, cuya malhadada carrera obtuvo la pompa del reciclaje en el vestíbulo de la Tesorería.

En aquella ocasión fue ungido como coordinador de este conjunto de “puntadas” hoy entre lo macabro y lo festivo, Rafael Tovar y de Teresa quien ante las complicaciones de una burocracia rejega e insensible, decidió dejarlo todo por la paz. Tomó la mandolina, la metió en la funda y se fue loco de contento a evitarse corajes y desatinos en otra parte. Al fin y al cabo el mundo es ancho y ajeno.

El día de la instalación momentos antes del “arribo del señor presidente”, como dicen los maestros de ceremonia, afanoso caminaba por aquí y por allá el maestro Villalpando.

–¿Te va a ayudar Villalpando?; le pregunté a Tovar mientras llegaban los invitados.

–No se, ni lo conozco. Me lo acaban de presentar.

Yo había escuchado en muchas ocasiones al historiador quien mantenía un programa radiofónico en “La red” cuando aún la manejaba José Gutiérrez Vivó. El y Alejandro Rosas hablaban de cosas pasadas y Villalpando me divertía por su pronunciación: Una especie como de frenillo con erres singulares como de maestro de francés. Ahora lo ha corregido, según escucho.

Pero más allá de su pronunciación Villapando ha logrado incrustarse en el aparato público merced al panegirismo del PAN. Él ha sido quien le ha metido en la cabeza al presidente Felipe Calderón esa idea un tanto discutible de la generación del Bicentenario, y también la patraña de darles a los héroes un sepulcro de honor, como dice la letra del Himno Nacional.

El “sepulcro de honor” ya lo tenían, si no cómo los sacan de una zona sagrada para llevarlos a otro lugar y después de un peregrinar de parietales incompletos; falanges, cúbitos y radios; pedacería sin importancia, dados sin valor en el caprichoso cubilete de la historia, devolverlos al lugar de partida. ¡Pachuca!

Pero el problema no reside nada más en estas puntadas, sino en la inexistencia de un verdadero proyecto de conmemoración, lo cual permite dejarlo todo a las atinadas, a los recursos imaginativos de último momento originados en esas “tormentas de ideas” más propios de campañas publicitaria y no del aprovechamiento de la ocasión para reescribir la historia en lugar de reeditar la verdad “oficial” llena de mentiras, patrañas y verdades a medias.

¡Ah! no, han preferido sacarle lustre a la mitomanía.

Esta comisión de los caprichos bicentenarios –por ejemplo– es la única en el mundo capaz de convocar a la edificación de un “arco” conmemorativo y premiar a un arquitecto (de cuyo nombre no quiero acordarme), cuyo mayor mérito ha sido fusilarse con original y copia, el “Faro del comercio” de Luis Barragán en Monterrey. ¿Y al arco, apá?

Por eso estas expresiones resultan un tanto imprecisas:

“Estoy convencido, señoras y señores—dijo FCH–, que hay generaciones a las que les toca luchar por la libertad, y otras a las que les corresponde preservarla. La libertad es legado de las mujeres y los hombres valientes de 1810; por eso, a nosotros, la Generación del Bicentenario, nos toca el deber de luchar por preservar esa libertad, por ampliarla y por heredarla a los mexicanos que han de venir detrás de nosotros”.

Obviamente nadie puede oponerse a tales dichos, pero sí valdría preguntarse entre otras cosas si 1810 debe seguir siendo la fecha de la Independencia nacional pues tal no se logró sino hasta once años después. Una parte surrealista de nuestra historia es aquella por la cual festejamos el inicio y no la consumación. También deberíamos hacer fiesta a la mitad del camino entre una y otra fechas.

“Fue el Congreso mexicano, por Decreto de 19 de julio de 1823, quién declaró Beneméritos de la Patria en Grado Heroico a: don Miguel Hidalgo, don Ignacio Allende, don Juan Aldama, don Mariano Abasolo, don José María Morelos, don Mariano Matamoros, don Leonardo Bravo y don Miguel Bravo; don Hermenegildo Galeana, don José Mariano Jiménez, don Francisco Javier Mina, don Pedro Moreno y don Víctor Rosales. Y dispuso que se exhumaran sus restos y se depositaran en una caja que se conduciría a México”, dijo Guillermo Ortiz Mayagoitia, presidente de la Suprema Corte de Justifica, quien de seguro ya pasó por alto el malhumor del Poder Judicial cuyos integrantes fueron acusados por FCH de justicieros al mejor postor.

Los huesos (sean de quien hayan sido, con la muy imprecisa certeza histórica de aquellos tiempos, repito) estuvieron el la Catedral de 1823 a 1925. Hoy los juegan como fichas de dominó en un suicida cierre a blancas.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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