Instituto Electoral del Estado de México

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En febrero de 1945 la marina de los Estados Unidos desembarcó en la isla japonesa de Iwo Jima. Un fotógrafo llamado John Rosenthal imprimió una placa en la cual, con increíble composición y sentido artístico se aprecia a seis infantes en el momento de clavar su bandera en la cima de un otero llamado Suribachi.

La imagen fue usada como inspiración y en 1954, fiel a su permanente exaltación militarista, el gobierno americano develó un bronce en el cementerio de Arlington. Esa escultura, de tamaño superior al natural, realizada por Félix de Weldon, simboliza la tenacidad guerrera americana, el sentido de cuerpo de los “marines” y la aspiración de imbatibilidad inherente –según ellos– a los hombres del norte.

Y ayer en un discurso más allá de los límites de su gobierno, el ejecutivo mexiquense Enrique Peña Nieto, hizo algo similar a los hombres de “Iwo Jima”: se apoderó de la bandera y salió a clavarla como si se tratara de un desembarco militar o de un arranque de competencia electoral.

Peña se llevó consigo la bandera del PRI y en el nombre del partido hizo un análisis original sobre el áspero clima político y sus orígenes.

“…la delincuencia no es el único riesgo que enfrenta el País, hay otra grave amenaza: la lucha del poder por el poder mismo, que desvirtúa la democracia, al Gobierno y a sus instituciones.

“Se promueve así una democracia sin contenido, donde por el solo fin de obtener el poder se negocian alianzas entre proyectos antagónicos, generando confusión y desconfianza en la política.

“Como lo señalé hace justamente un año, México requiere de congruencia; no se puede convocar a la unidad de propósitos y, al mismo tiempo, actuar por consignas o intereses electorales.

“Seamos claros, el poder por el poder mismo es una forma de autoritarismo, tiende a reducir las opciones de la gente y lesiona el espíritu de la democracia.

“Igualmente autoritario es caer en la tentación de usar a las instituciones públicas para fines particulares o partidistas. México ya vivió una transición política, los mexicanos dimos un paso decisivo hacia la pluralidad, con plena competencia y reglas iguales para todos.

“Si los partidos contribuyeron y participaron en esa transición, no se puede excluir ni descalificar a ninguno de ellos. Es falaz y doloso hacer creer que la llegada de un partidos distinto al que actualmente ostenta la Presidencia de la República sea una regresión de nuestra democracia… el proyecto de futuro no pasa por la restauración del viejo régimen”.

Es falaz y doloso, ha dicho Peña del discurso panista. Y si eso dice del partido también lo dice de quien lo alimenta y azuza. Y ahí llegó la alusión directa al mensaje presidencial del dos de septiembre en el Palacio Nacional:

“…No se puede convocar a la unidad de propósitos y, al mismo tiempo, actuar por consignas o intereses electorales”.

El análisis de Peña tiene un punto interesante. El Partido Acción Nacional (lo decíamos apenas ayer) siempre ha considerado la posibilidad del regreso del PRI al poder presidencial como una desgracia atribuible a la regresión. Regresión al autoritarismo y no como una lógica consecuencia la alternancia, fenómeno al cual cómodamente ha confundido con permanencia.

Por eso es interesante esta frase: para tener rumbo y superar la parálisis, el proyecto de futuro no pasa por la restauración del viejo régimen.

Con el discurso de ayer Peña logra varias cosas. La primera abanderarse como el priísta más determinado a defender la viabilidad de la nueva democracia; auto colocarse en la línea de vanguardia (como los marines de Iwo Jima); denunciar la nueva forma del autoritarismo intransigente en cuestiones electorales y presentar de paso un diagnóstico descalificador de las capacidades de esta administración:

Peña, en un auditorio repleto de gobernadores electos y activos; con empresarios, banqueros y representantes sociales ya académicos (José Narro destacadamente) y líderes de otros partidos, como Marcelo Ebrard, por ejemplo, se autoproclama líder nacional y lanza estos datos como quien suelta la primera ráfaga en la playa del desembarco:

“A pesar de la estabilidad macroeconómica, de 2000 a 2009 (ahí estaban Francisco Gil y Guillermo Ortiz) México registró el crecimiento más bajo de las últimos ocho décadas. De 183 países, ocupamos el lugar 157 en crecimiento acumulado, y ya no pertenecemos al grupo de las 10 economías más grandes del mundo. En competitividad pasamos, lamentablemente, del lugar 42 al 60. Las tasas de desempleo se han duplicado y los mexicanos en pobreza suman más de 50 millones.

“Tanto el desempeño interior como nuestra política exterior, no han podido evitar que México se rezague y pierda liderazgo, particularmente en América Latina. Hay voces que incluso han descalificado al País, al grado de considerarlo un Estado fallido”.

¿Tuvo razón Peña en hacer todo esto? Quizá sí, quizá no, pero ya lo hizo.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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