En la conjunción de esas dos sinécdoques, la letra y el cetro, analiza Octavio Paz la relación entre dos poderes. El poder del intelecto y el poder de la política. La letra, puesta como todo cuanto comprende a la cultura y el cetro, símbolo si lo hubiera, del poder.

Rara vez conviven ambas esferas. Excepto quizá en el pasado mexicano del Rey-Poeta, Nezahualcóyotl. Cuando más se rozan o se intercambian servicios. El mecenazgo o el patrocinio del poder a la pluma producen, como ya lo ha dicho hasta Carlos Salinas, a los intelectuales orgánicos. Él supo de eso como ninguno. Si después le retribuyeron mal lo bien pagado , ya es otra cosa.

Pero hay una especie de fascinación de los políticos por aparentar cercanía con los hechos literarios, mientras los literatos dicen despreciar a los hombre del poder cuando no hacen sino criticarlos mientras cubren el camino penitencial –adoquinado con doblones–, por cuyo recorrido se convierten en materia de comprensión, aplauso y hasta elogio.

Quizá por una falsa apreciación del valor de la literatura. Literatura y cultura, no son sinónimos.

La reciente confusión de Enrique Peña con sendos libros de Enrique Krauze y Carlos Fuentes, nos lleva a recordar episodios verdaderamente vergonzosos más allá de atribuirle a uno el libro de otro. Casi como confundir las plagas de Israel con las de Egipto.

Por ejemplo, me contaba Renato Leduc de un jefe policiaco en la ciudad de México a quien le regaló el día de su cumpleaños un libro de Manuel Payno.

–¿Y qué me dice, mi general de “Los bandidos de Río Frío”?, le preguntó semanas más tarde.

–“Que vamos a agarrar a esos cabrones, señor Leduc, los vamos a agarrar”.

Quizá no sea la más chusca de las anécdotas.

Se vería superada por el memorándum de Tomás Garrido Canabal a la secretaría de Gobernación en apremiante petición de dos ejemplares de la “Ley fuga” inexistente en los archivos del estado de Tabasco.

No podríamos dejar en el olvido el maravilloso papel en España de nuestro añorado ex presidente Vicente Fox quien le cambió el nombre a Jorge Luis Borges y lo llamó José Luis “Borgués”.

Pero por encima de eso, en un discurso oficial, revisado y corregido hasta por Sari Bermúdez, vino la incomprensible explicación de Martita Sahagún quien –por otra parte–, siempre pidió conocer a la notable cantante “Carmina Burana”.

Para no ir demasiado lejos hace unos cuantos días, cuando Marcelo Ebrard se reclinó frente a Andrés Manuel (o declinó, según el verbo de moda), el líder tabasqueño comparó su heroica actitud con la de Ulises quien se tapó con cera los oídos para no escuchar la música de las sirenas, cuando la rapsodia homérica nos dice todo lo contrario: escuchó el canto atado al mástil del barco, lo cual le otorgó para siempre el mérito verdadero. Los sordos eran sus nautas. Él no. Él resistió.

Y recuerdo también al capitán de las izquierdas contemporáneas cuando quiso zafarse de las pillerías de René Bejarano y Gustavo Ponce y en contra de toda evidencia dijo, “–como escribió Juan Rulfo–”; el este pueblo no hay ladrones. Obviamente aludía al título de un cuento de Gabriel García Márquez cuya versión fílmica, por cierto, marcó el inicio de la carrera en el cine de Alberto Isaac.

En aquel tiempo este redactor, en un gesto de aportación cultural, le mandó a don Andrés un ejemplar del libro de cuentos donde se incluye la historia del falso ladrón del billar. Salió peor, a pesar del agradecimiento de César Yáñez, volvió a mencionar el asunto, y con la misma cita, AM se refirió a la “novela” del pueblo, sin ladrones. Escribí otra columna para explicarle la diferencia entre un cuento y una novela, pero no hubo respuesta. En fin.

No recuerdo a estas alturas cuántas veces he oído decir a tantos políticos aquella gansada de Don Quijote y los perros; los ladridos y Sancho Panza. Nunca lo han leído.

Esa frase no existe, como tampoco lo elemental de Sherlock Holmes y el Doctor Watson.

Pero no todos quieren reconocer un error.

Cuenta el propio Octavio Paz (Ideas y costumbres I) la historia de Pablo Neruda a quien se le reclamaba su estalinismo.

–“¿Cómo no me iba a equivocar yo, un escritor, si la historia misma se equivocó?”, dijo Don Pablo. Esas ya son maromas imposibles así se haya tratado del gran poeta chileno.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

4 thoughts on “La letra y el cetro”

  1. Claro, opaco las pifias propias exagerando la de los otros…¿ que está pasando con ud sesúdo periodista?, es de a gratis o viene con chayote? Nunca se le ha visto tan cargado como en éstos últimos meses…sus asiduos lectores no merecemos semejante cambio.

  2. LA INTELIGENCIA QUE DEBERÍA SER PARTE DE LA CLASE POLÍTICA, COMBINADA CON SABIDURÍA PARA GOBERNAR, ES DE LO QUE CARECE… Y LA SOCIEDAD MEXICANA TAMPOCO LEE, MENOS SE ORIENTA E INSTRUYE PARA MEJORAR… ¿COMO HACER PARA CAMBIAR ESO?

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