Hay una cierta apretura. Sin embargo el abigarrado grupo de viajeros no llega a sofocar a nadie. El Metro circula en el sopor de la media tarde. Línea 9, del oriente a Tlalpan. “Sábado, Distrito Federal” decía Chava Flores antes de conocer el Sistema de Transporte Colectivo.
Dos jóvenes con aspecto estudiantil, “back pack”, audífonos y mezclilla por todas partes. Un piercing, un tatuaje. Lo habitual.
Los escucho:
–¿Qué hace el Ejército fuera de los cuarteles, más allá de la previsión esencial de la Constitución sobre su acción en tiempos de paz?
–Pues nos cuida, dijo el simplista.
–¿Y por qué no nos cuidan las policías, cuyo servicio debe ser ese, por ley y por costumbre y por naturaleza de cada institución?
–¡Ah!; porque las policías están infiltradas, corrompidas por los delincuentes. Y entonces son incapaces, cómplices…
–¿Y por qué no hacemos buenas fuerzas policiales? ¿Por qué hacemos de las Fuerzas Armada, cuyo entrenamiento es para defender a la Nación con las armas (y usándolas) en la mano, simples suplentes de policías malos?
–Porque queremos y no podemos, llevamos años y años, desde la historia de los Bandidos de Frío, y la Acordada, como Diógenes, buscando policías honestos y nada. Los policías se corrompen.
–¿Y los soldados no?
–No, no de manera generalizada, porque tienen una real disciplina basada en el castigo severo. Hasta pena de muerte hubo en los cánones militares. Pero también ese fuero perdieron, como casi todo lo demás, en la mayoría de los casos.
–¿Entonces hemos “civilizado” a los militares?
–Pues sí; un poco, les hemos quitado (o queremos hacerlo) las características básicas de su profesión. Requerimos de ellos el sacrificio, la honestidad, la disciplina la eficacia, pero no queremos que se comporten como militares.
–Pero los soldados son intransigentes, cuando dicen no es no y si tiene órdenes de cumplir la negativa a tiros, a tiros la cumplen.
–Pues por eso funcionan. Pero no deberían ser sucedáneos de los malos policías. Ni de los buenos si los hubiera.
–¿Y no se puede hacer una ley para darle cauce legal y jurídico a esta política de emergencia y regresarlos a sus cuarteles paulatinamente?
–Pues eso quieren algunos, pero otros dicen que no”.
La estación Chabacano esta a la vista. Bajé del Metro y ya no pude escuchar el resto del diálogo ahora citado, el cual grabé un poco con la memoria y otro tanto con el teléfono celular disimulado en las hojas del periódico.
Caminé por las calles de Algarín en medio de la única ciudad donde relativamente ha funcionado el mando único policial. Me acordé de Santiago Tapia Aceves y de Arturo Durazno, dos jefes cuyas carreras terminaron en la cárcel. Era un camino obligado, primero jefe de la policía, luego reo. Robo, narcotráfico, chanchullo por aquí y por allá. Repugnancia.
El periódico decía:
“Durante el Informe Anual de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Presidente urgió a avanzar en una ley que dé certeza a su actuar en tareas de seguridad. Requiere una discusión amplia, plural, informada e incluyente, advierte Raúl González Pérez
“En la residencia oficial de Los Pinos, el presidente Enrique Peña Nieto recibe de manos de Raúl González, el Informe Anual de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
“El presidente Enrique Peña Nieto aseguró que uno de los grandes pendientes es atender la demanda de las Fuerzas Armadas y avanzar hacia una ley que dé certeza a su actuar en materia de seguridad.
“Es un tema relevante porque permitirá dar certidumbre a los ciudadanos y a nuestras instituciones armadas mejorando nuestro orden legal de protección a los derechos humanos y en este punto quiero hacer un reconocimiento público a nuestras Fuerzas Armadas, ellas han asumido la protección de la sociedad frente a la violencia del crimen organizado”, señaló.
“Al respecto, el ombudsman nacional, Raúl González, consideró que la participación de las Fuerzas Armadas en tareas vinculadas a la seguridad de las personas no es lo más deseable, como tampoco lo es la emisión de la ley que se ha planteado.
“González Pérez indicó que “la decisión sobre la conveniencia y necesidad de emitir una Ley de Seguridad Interior requiere una discusión amplia, plural, informada e incluyente, en la que se aborde integralmente la situación que enfrenta nuestro país, las consecuencias, tanto positivas como negativas”.
Esa nota de la compañera Cecilia Téllez parece también un diálogo. Como el del Metro. Aquí cada quien presenta una tesis. El otro la rebate, todo en medio de la cortesía institucional. Y así debe ser.
El desacuerdo entre el defensor del pueblo, pues eso significa “Ombudsman”, y el jefe del Estado, nos debe parecer, en algunos casos, lógico y hasta necesario.
A esta columna le place la idea de una discusión amplia, informada y de fondo en torno de una ley cuyo efecto podría resultar benéfico, pero la cual, ha sido ya desestimada de antemano. ¿Entonces cuál es el sentido de la discusión?
Pero el asunto de fondo es otro. Guarda relación con métodos y procedimientos. Los militares actúan en dos sentidos: atacar y repeler ataques. Es un poco la táctica aprendida. Su misión es derrotar al enemigo.
“Mas si osare un extraño enemigo, profanar con sus plantas tu suelo, piensa ¡oh!, patria querida, que el cielo, un soldado en cada hijo te dio”, dice el Himno tan celebrado y cantado desde la infancia.
Pero ahora el enemigo no es extraño como sinécdoque de extranjero, foráneo, distante, invasor, profanador de la pureza de la patria. Ahora el enemigo es el otro mexicano, el narcotraficante, el pandillero mayor, el secuestrador, el proxeneta… y el soldado lo debe exterminar.
Pero entonces aparece el uso de la fuerza. Eso quieren legislar otros. Una ley sobre el uso de la fuerza, es decir, una ley para limitarla hasta convertirla en debilidad.
–Se debe actuar con respeto a los protocolos, dicen. ¿Cuáles? No se sabe.
En ese sentido y en el diario del absurdo, cuyas páginas son de aire y suelo, podríamos algún día leer esta nota:
–El Ejército abatió con disparos de protocolo a un grupo de narcotraficantes armados con lanzagranadas y misiles de tierra aire, quienes emboscaron a una patrulla militar tras derribar un helicóptero en las inmediaciones del puente de la Granada en Michoacán.
“Los narcotraficantes mataron a diez soldados mientras la patrulla emboscada logró, con el auxilio de dos heroicos sobrevivientes, someter a disparos de protocolo a los narcotraficantes y entregarlos ilesos al Ministerio Público.
“Los médicos legistas confirmaron su buen estado de salud tras recibir los impactos del protocolo, gracias a los cuales fueron reducidos al control de los agentes del estado”.
MADURO
Si hubiera un manual para establecer la dictadura perfecta (no las frases literarias de Mario Vargas Llosa), el golpista debe saber cuáles son las instituciones cuya demolición debe iniciar primero.
La Opinión Pública, entendida como cualquier expresión crítica, y el Parlamento, comprendido en su dimensión de poder vigilante, contrapeso y control del Ejecutivo. Después vienen las universidades y hasta las iglesias.
Una vez controlado o abolido lo anterior, la dictadura ya no tiene obstáculos para su pleno ejercicio. Ya solo queda la insurrección o el golpe militar para poner en lugar del dictador depuesto a otro dictador naciente. Y así por los siglos de los siglos.
Esa ha sido en muchos momentos la historia del Cono Sur. Eso le pasó en 1948 a Rómulo Gallegos y permitió el ascenso de Marcos Pérez Jiménez. La historia es vasta.
Escribía el literato Rómulo Gallegos:
“ (Doña Bárbara). Aunque no creo que se atrevan los otros fustaneros a venir esta noche por estos dos. ¡Ni malo que sería! Si yo pudiera partirme en dos piazos, con la mitad me llevaba por delante a estos faramalleros y con la otra esperaba aquí́ a los que vinieran por ellos de El Miedo.
“Pero aquí́ no hago falta, porque ya usted ha demostrado que con un altamireño basta y sobra para arrear por delante a dos miedosos, y a ese tono van a cantar todos los del lado de acá”.
Hoy Venezuela, sofocada en la economía por el dispendio de una interminable riqueza petrolera indigesta y mal administrada, hundida en la más pastosa de las demagogias populistas jamás vista en su historia, caricatura de castrismo; remedo de chavismo (el cual ya era en sí mismo otra pantomima de cómico involuntario, de payaso continental, como le decía Carlos Fuentes), está en la orilla de un nuevo precipicio al cual habrá de caer, de una forma u otra.
Sin alimentos, sin libertad, sin futuro.
“(Doña Bárbara) Doña Bárbara se detiene y escucha:
–“Las cosas vuelven al lugar de donde salieron”.