Hace muchos años, cuando Jesús Salazar Toledano ocupaba por segunda vez la presidencia del Comité Ejecutivo del PRI en el Distrito Federal, ofreció exultante movilizar a sus afiliados, simpatizantes, similares y conexos; acarreados, convencidos, obligados y burócratas del gobierno urbano (todo se hacía como ahora con pase de lista y descuento en la nómina) para defender al partido y obviamente al gobierno.
El intento fracasó. Y en ese tiemplo aun la presidencia nacional no estaba en riesgo de derrota como ocurrió años después, primero en la ciudad con Cuauhtémoc Cárdenas y después en la República con Vicente Fox.
Por eso resulta al menos poco seria la oferta-promesa-compromiso de César Camacho, el inteligente presidente del CEN del PRI, de salir a la batalla callejera para apoyar a Peña Nieto en la lucha reformista del petróleo, o mejor dicho, de PEMEX. ¿En contra de quién? Pues nada más y nada menos contra Andrés Manuel López Obrador. Y hablar de pelearle la barricada al Peje es una ignorancia o una tontería mayúscula.
Y las tonterías mayúsculas tienen en lenguaje de la calle (de esa calle en disputa imaginaria), otro nombre de mucha mayor contundencia y sonoridad.
Los medios lo dieron a conocer, con todo y sus primeras repercusiones, de esta manera:
“Estamos listos, señor, dicen priistas convocados por su líder nacional a tomar las calles parea defender la reforma energética del Presidente Enrique Peña Nieto, que está por llegar al Congreso, pero de la que se ha adelantado, contempla abrir el sector petrolero a la inversión privada.
“La dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) encontró inmediatamente respuesta de su militancia al llamado para salir a las calles a dar la batalla a favor de la Reforma Energética de Peña Nieto.
“El grito lo hizo César Camacho Quiroz, líder nacional del partido, durante una comida con más de 70 diputados federales de la Confederación Nacional Campesina (CNC) que aplaudieron la convocatoria”.
Esa reunión campesina nos recuerda otro grito célebre del viejo PRI, cuando Alfredo Bonfil desde una tribuna en el Palacio de las Bellas Artes, habilitado para recibir al “huarache power”, le dijo a Echeverría: a una voz del Presidente, este país se incendia o se apacigua”. Poco después se mató en un avionazo.
En el sentido de la disputa por el espacio público (a la cual el PRI no llegará), bien valdría recordar uno de los momentos más dramáticos, interesantes y vivenciales de los años políticos recientes: el par de manifestaciones de Andrés Manuel el día de su fallido desafuero cuando uno tras otro, como buen lanzador de ligas mayores, reventó a la Suprema Corte, el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo. Los dejó a todos con la carabina al hombro, los exhibió, se burló de ellos y vio como gracias a su habilidad oratoria y política, pero sobre todo al acto público en el Zócalo después de la fallida les metió el miedo suficiente para obligara Vicente Fox a retirarse de la plaza con el rabo entre las patas y el ruedo colmado de cojines.
Los zarandeó desde la tribuna ante la impericia de Carlos Vega Memije y la impudicia del panismo acusador hicieron más fácil el fulgor de su célebre ¡Yo acuso!
Tiempo después un colaborador de López Obrador en aquella mañana me contaría de la enorme dificultad de preparar ese discurso. Animar, exaltar y al mismo tiempo contener a una multitud (algunos la calculan en 300 mil), capaces de cualquier cosa en ese momento.
Mostraron el músculo y el gobierno perdió control de los esfínteres.
Obviamente ese episodio nada más sirve para ejemplificar la capacidad de AMLO en la Plaza Publica. No tiene rival. Lo suyo es la movilización, no la institucionalidad. De eso tenemos pruebas y muestras por kilos.
Lo único necesario es saber si ese Andrés es el mismo de hoy, si la disponibilidad de fondos y recursos para colmar el Zócalo con un costo brutal en cada ocasión es la misma de aquellos años con el dineral del PRD y el GDF a su casi plena disposición (¿Verdad, Marcelo?)
Hoy el Morena podrá tener miles de seguidores pero no todos caminan horas y más horas para ir a los mítines. El aparato de movilización política es esencial en una campaña del tipo terrestre como el líder la ha pedido, y mientras más gente más dinero se necesita.
Aunque vaya con él a un juego de beisbol, Miguel Ángel Mancera no es Marcelo Ebrard y no se va a meter a financiar una aventura de estas dimensiones con los ojos cerrados. Ni abiertos, especialmente en las delicadas condiciones del equilibrio perredista y las nuevas circunstancias políticas nacionales. Pero ni estando la más pavorosa penuria deja de ser AMLO un enemigo (adversario, dicen los impugnadores de la claridad) de importancia.
El PRI de hoy tiene muchos recursos. Tiene el Poder Federal, tiene instrumentos políticos, económicos y empresariales. La Reforma Energética es un tema aceptado y con matices y tintes ideológicos, pero es algo cuya importancia y necesidad nadie niega.
En esas condiciones ¿tiene sentido salir a proclamar la toma de la banqueta?
López Obrador sin los dineros del GDF y Tabasco ya no va armar sus marchas y plantones ridículos, después de saquear al PRD ya no hay más fondos visibles que lo apoyen. Ya es tiempo que políticos y periodistas le pierdan el miedo, sigue con su banderas del no a todo y por lo tanto ya se quedo solo, después de las declaraciones de Cárdenas de que su padre apoyaba los contratos a particulares que más puede decir. Lo único que le queda en buscar incendiar al país, como se vio con los apoyos de los guardias comunitarias a su rechazo a la reforma energética. Esto es lo único que sabe hacer López crear irritación en la población con sus mentiras y estupideces. Los medios de comunicación deben de dejar de difundir las tonterías que dice, con esto ayudarían a tratar los temas que realmente benefician a los mexicanos.