Cuando se descubrió la relación profesional entre Sean Penn, Kate del Castillo y Joaquín Guzmán, muchos cayeron en la engañifa de las repercusiones judiciales en contra de la actriz mexicano norteamericana quien ahora, bien asesorada, se queja de ser víctima de una cacería de brujas.
Ni la acusarán de encubrimiento ni le podrán probar la operación con recursos de procedencia ilegal. Al contrario de lo propalado por consejo de sus operadores de medios, esto no será un infierno para ella.
A la larga habrá logrado más publicidad de la jamás imaginada y cuando se haga la película las cosas regresarán a su nivel: el espectáculo dentro de la cultura del espectáculo en un mundo mediático, virtual y de “reality show”. Y hasta ahí.
La actriz hasta ahora ha sido cautelosa en su defensa y la colaboración publicada esta semana en la revista “Proceso”, solamente habla de su escasa capacidad narrativa, su incomprensión de la naturaleza del periodismo y su limitada.
Por ejemplo lea usted esto. Obviamente no fue escrito por ella pero como aparece debajo de su firma, no es descabellado atribuirlo a un redactor cuyo texto fue de su conocimiento. Dice barbaridades como estas:
“La libertad de expresión es un derecho fundamental que toda persona tiene, por ende, todos podemos informar y ser informados sin ningún tipo de limitante, de ahí que las investigaciones periodísticas –documentales, escritos, cine, entre otras–, se basan en el principio básico de no revelar la fuente (ni siquiera cuando tiene un chorrito) y así poder obtener (er,er) un trabajo objetivo.”
Pues malas noticias, señora, quien la haya asesorado le mintió: El secreto de las fuentes no es un principio básico de la libertad; es, en todo caso, un recurso de protección útil para allegarse información sin poner en riesgo la seguridad de un informante, ni siquiera de un periodista.
La protección extrema de las fuentes no es la base de las investigaciones periodísticas ni garantiza objetividad ninguna. La objetividad, si mucho me apresuran, ni siquiera existe. Podrá haber, en algunos casos, imparcialidad, pero objetividad, lo veo distante, remoto y a veces imposible.
Y por otra parte, confundir la obra cinematográfica con el periodismo, resulta algo muy tirado de los pelos. Puede haber investigaciones periodísticas previas a la obra cinematográfica, pero miles y miles de películas no han necesitado la herramienta del periodismo para llegar al tema de su rodaje.
–¿Habrá hecho una investigación periodística Federico Fellini para haber “8 ½”?, por ejemplo.
Hay muchos documentales, sobre todo los relacionados con entomología, ciencia, etnografía, antropología, para cuyos fines el periodismo ni siquiera es una disciplina seria.
Pero finalmente la línea más importante de todo el papasal con cuya melodramática narrativa nos quiere conmover la señora Del Castillo es una y sólo una:
“…Así que renté un avión privado. Como buena escorpión prefiero tener las cosas bajo mi control. ¿Valía la pena el gasto? Ni siquiera lo pensé…”
Lo demás no es sino pasto para la publicidad. Propaganda pura, elección de un personaje social en manos de una mujer inteligente cuya audacia la ha llevado, por esta efímera relación a un punto de fama superior a todo lo obtenido antes. No importa si el texto es pésimo, si las boberas sustituyen todo cuanto hubiera podido hallarse de interés general ni la forma como los diletantes (ella y Penn) desperdician una oportunidad para entablar –y publicar en el nombre de ese invocado derecho de informar–, un diálogo inteligente con una “fuente” ni siquiera protegida, como dice en el inicio de su rollo etílico-cinematográfico-aventurero.
Esta pequeña odisea, a la cual si se le busca una trama paralela se le podría convertir en una buena película, no es sino un recurso defensivo, una maniobra de abogados y un recurso de imagen. Por eso no importa su calidad; no la tiene. Importa su publicación y sus repercusiones.
Kate del Castillo se ha colocado en la cima del conocimiento público. No se sabe hasta ahora si del reconocimiento. Su tacto para no mencionar detalles aparentemente de cercanía con el narcotraficante es tan notable como necesaria: ahora lio sabemos: el Chapo no habría sido capaz de aprovecharse de una invitada ni siquiera su esta ya anduviera entonada por el tequila de todas sus pasiones.
El Chapo es un caballero andante quien la puede llevar a los aposentos escondido y ocultarla detrás de un biombo seguro para evitar cualquier peligro hacia ella a quien había quedado de cuidar como a la niña de sus ojos.
Y otra cosa, ante sus temores de ser detectada por los perros entrenados en olisquear mercancías prohibidas, pues debió saberlo desde un principio: los canes huelen drogas, no efluvios de traficantes de drogas.