Empeñado en superar sus errores con fallas más grandes cada vez, el gobierno se equivoca frente al autoindulgente espejo de su vanidad y su soberbia.

Su imaginaria vocación de libertad y respeto, no admite crítica, mucho menos en sus terrenos –como “La mañanera”–  y ante cualquier manifestación de independencia abre la jaula y alborota el serpentario. 

Muchos de ellos (de acridios a ofidios), se pasaron la vida limosneando planas en las oficinas de prensa. 

Hoy para sentirse importantes, les basta, con leer a tropezones las preguntas sembradas por el coordinador de propaganda, quien les ordena y les permite la aproximación al poder, la posibilidad de hacer gestiones, llevar a la comparecencia matutina temas solicitados por coyotes y abogados; asuntos fuera del interés periodístico; tráfico de influencias a fin de cuentas. El espejismo.


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Pero ese método molecular y grotesco –el alquiler de los analfabetos–, ya ha encontrado eco en una institución tradicionalmente inútil: la fiscalía para delitos contra la libertad de expresión, los cuales serían más violación de un Derecho Humano y no tanto materias penales directas, porque la libertad sólo puede ser sofocada por las autoridades o el poder; no por particulares en conflicto. 

También se le ataca cuando la institución procuradora de justicia consigna a los periodistas en lugar de protegerlos. El mundo 4-T. 

Si dos periodistas se trenzan en una pelea, no están violando la libertad expresión, en todo caso se están golpeando. Si hay consecuencias graves, entonces puede haber delitos, agravios. Nada más.

Pero esas sutilezas jurídicas no valen para nada en la inútil fiscalía cuyos años de existencia prueban cómo nunca ha servido absolutamente para nada. 

Más de cien comunicadores asesinados, muchos de ellos del 2018 para acá, sin culpables procesados en medio de la inactividad, prueban su fracaso.

El fiscal Ricardo Sánchez Pérez del Pozo (otro Pozo), no solo es un inepto sino un perverso. Actuar contra un periodista en nombre de la defensa de la libertad profesional del periodismo, es absurdo. 

Acusar a Daniel Blancas por agravios contra la libertad de expresión, a raíz de un pleito incruento, es como acusar de homófobo a Oscar Wilde. O a Carlos Monsiváis.

En sus mejores momentos la fiscalía ha servido para ponerle guaruras a los amigos y chofer a periodistas amenazados (real o imaginariamente) por el crimen organizado. Es una farsa más de la corrección política, tan cercana a la hipocresía; es una engañifa, un fraude. Eso es la fiscalía.

Y la mejor prueba de su inutilidad y su dependencia, es la embestida contra el reportero Daniel Blancas, a quien nadie defendió cuando los huachicoleros lo secuestraron en Hidalgo, y cuyo grave delito fue arrimarle el caballo a un cobarde montonero quien lo fue a acusar para congraciarse con su patrón (quien patrocina, no para reclamar imaginaria justicia.  

–¿Acusar de qué, justicia de qué? De un conflicto insignificante. Nada grave.

Daniel Blancas es un periodista incómodo, lo cual es un mérito innegable en tiempos de acoso constante. 

Su pecado fue enfrentarse a la señorita Savonarola, la de las mentiras de los miércoles, entre las cuales deberían estar semanalmente las propaladas y defendidas por sus jefes.

Blancas le demostró, delante del presidente, cómo quien mentía era ella, porque ni siquiera había leído correctamente el reportaje de “Crónica” (tiene problemas de comprensión de la lectura), y en cuyo texto se daba cuenta del fracaso forestal en Tlaxcala dentro del fallido programa “Sembrando vida”, cuyo justo nombre (digo yo), debería ser “sembrando mentira”.

Por eso se aceleraron las indagatorias perversas, por eso se estimuló a la fiscalía, por eso se le quiere someter a proceso. Por hacer bien su trabajo, fuera de la órbita de los pobres jilgueritos, tuertos de los dos ojos, siempre con el Jesús en la boca y la magra bolsa.

Y si Blancas se confiesa entero e íntegro, muchos lo acompañamos. 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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