Instituto Electoral del Estado de México

México es el único país del mundo en el cual nunca puede haber un accidente. No importan los hechos; importan las conjuras, las conspiraciones, la maldad como autora y creadora de todo en nuestra vida.

Nada es como nos lo han dicho. Nuestra historia es un amasijo de patrañas y nuestro presente también. Nada es cierto, todo es una apariencia, una semejanza al espejo detrás de nuestro espejo. Máscara sobra antifaz.

En México la sensibilidad popular ha proscrito los accidentes sean de aviación o de cualquiera otra naturaleza.

Los terremotos son producidos por nuestro enemigo del norte; la epidemia de H1N1 fue una patraña para hundirnos en el miedo; la OMS se sumó a la engañifa para favorecer a los laboratorios fabricantes de vacunas; las elecciones han sido un fraude desde los tiempos denunciados por Francisco Madero quien no llevaba en la “I” la inicial de Ignacio como inventaron los jesuitas, sino de Indalecio. No importa el acta de nacimiento. Es falsa.

A María Félix no la sacaron del ataúd para certificar las causas de su muerte sino para robarle los brazaletes de su entierro vanidoso; Joaquín Pardavé murió atrapado en la viva sepultura. Javier Solís fue a “calacas” por tomar agua fría. Pedro Infante no ha muerto; Emiliano Zapata aun cabalga lo cual no sorprende; lo raro es la longevidad del caballo.

En medio de tan indiscriminada desconfianza el reciente accidente de Petróleos Mexicanos ya ha tejido su propia leyenda. Es un paso previo para la privatización de la industria nacional; fue un acto terrorista de un equipo de “seals” de Estados Unidos para forzar la entrega del recurso al imperialismo insaciable y voraz.

Fue una manera de borrar las evidencias de la corrupción y destruir los archivos, fue un acto para intimidar al gobierno y nombrar Director General del corporativo al “Chapo” Guzmán por medio de uno de sus hombres de paja y lograr la exportación diaria de un millón de barriles rellenos de coca.

Las especulaciones pueden llegar hasta donde se quiera o hasta el lugar donde se agote la fecunda imaginación de los mexicanos, por eso el gobierno tiene una ventaja: cuando diga la verdad no le van a creer.

El escepticismo nacional, como dijo alguna vez Jorge Luis Borges, ha llegado al extremo de ya no creer siquiera en la inexistencia de Dios.

La oferta de Jesús Murillo Karam (se supone por instrucciones presidenciales) de entregar la verdad sea cual sea, debería ser garantía suficiente de certeza futura. No importa si el futuro se cumple en los siguientes horas o tarda una semana o diez días. Ya está descalificada.

Los profesionales de la duda, escrita, hablada, murmurada o “tuiteada”, ya se encargaron, sin una sola evidencia de dispersar versiones imaginarias, supuestas, a veces delirantes.
–¿Valdrá la pena insistir en sesudos ensayos de sociología nacional sobre las razones de tan infecundo escepticismo? No lo creo. La cantidad de inteligencia dedicada a lo largo de los años por eruditos mexicanos en la indagatoria infinita de las razones de nuestro comportamiento, de nuestra idiosincrasia, como dicen los cultos, no ha producido nada sino el regodeo sobre muestras extravagantes peculiaridades.

Muy pocos creyeron las explicaciones sobre Luis Donaldo Colosio; otros dudan hasta la fecha de cómo fue posible confundir al cardenal Posadas con un capo mafioso. Escasos deben ser quienes crean las versiones sobre Mouriño, Blake y Martín Huerta.

Pero así vamos por la vida, entre la ingenuidad y la desconfianza. Ingenuos para creer todo cuanto provenga de la voz anónima, pero reacios a aceptar aquello con voz y rostro propios. ¡Ah! Pero el linimento contra la desconfianza es la presencia (desatendida también como garantía de certeza) de los inevitables “peritos extranjeros”, quienes por su foránea condición son seguros y rectos, no como nosotros. Ese es el mensaje.

Somos una nación adoradora de los rumores y el “me dijeron” y absolutamente refractaria a todo aquello proveniente de los canales establecidos. Por eso quemaron los archivos, para ocultar el segundo Pemexgate hecho a través de Monex. Eso me lo dijeron “de adentro”, dice el taxista mientras fatiga el “Vocho” de doble escape.

–Ya voy a entregar, pero súbase.

Todos conocemos a un amigo cuyo primo trabaja en Pemex y le dijo tanto como aquel otro sobrino de una prima de la cuñada de quien sabe quién cuyo puesto en el aeropuerto le autoriza a decir los verdaderos detalles de los avionazos acallados siempre de manera conveniente por la prensa vendida y corrupta y la cómplice televisión.

Y quizá haya un tanto de razón en todo esto.

A fin de cuentas no hay corbatas bonitas ni mujeres honestas salvo, claro está, las propias.

MEC

Ha dicho Marcelo Ebrard desde la antípoda Nueva Dehli: me quedo en el PRD. Y eso es decir muy poco.

Primero deberíamos saber en cuál de todas las tribus de tan heterogéneo instituto político le dará cobijo en su manifiesta intención de ser presidente de este país. Después, la finalidad real de tan poco disputada permanencia cuya solución debe haber causado alguna furtiva lágrima morena.

–¿Le pedirá la candidatura a Bejarano? ¿A un Chucho? ¿A los dos o a Lolita?

O quizá haga campaña a favor del candidato del 2018 (cualquiera) a quien, en caso de triunfo, le podrá solicitar la embajada mexicana en Bakú, Azerbaiyán.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta