Instituto Electoral del Estado de México

La llegada de Ricardo Anaya a la presidencia del Partido Acción Nacional no fue para nadie, ni siquiera para Javier Corral, una sorpresa. La estrategia del chihuahuense de llamar acarreados a los seguidores de Anaya y de culparlo de todo y por todo, solamente lo distanció de esas bases a las cuales convocaba a la rebelión en un estéril y bobo juego de palabras.

No se puede parafrasear mal a Ortega y Gasset cuando se tienen notoria escasez luminosa y un voltaje de lámpara de bolsillo, frente a las exhibidas por el creador de la Revista de Occidente. Pero cada quien con sus ambiciones incumplidas.

El apabullante resultado en favor de Anaya resuelve una elección peculiar y alejada de las viejas ortodoxias del panismo y su democracia dirigida, pero no soluciona las contradicciones profundas del partido, cuya identidad se ha diluido con el paso del tiempo y la pésima experiencia de su ejercicio del poder.

Las aproximaciones al método mafioso en el reparto de un botín electoral por las cuales llegó a los gobiernos estatales de Baja California y Guanajuato, por decir sólo un par de casos; la sustitución de su doctrina por el pragmatismo impune del salinismo, su triste papel de nodriza del inculto foxismo, la culminación de una trayectoria burocrática Felipe Calderón hasta una presidencia ineficiente y rencorosa y sus periodos de canibalismo tribal y corrupta descomposición, son antecedentes con los cuales Ricardo Anaya deberá lidiar si en verdad quiere reconstruir al PAN.

Obviamente los elementos ultraderechistas previos a la Segunda Guerra Mundial del siglo XX y el patrocinio ideológico del cristianismo falangista y democrático, si tal engendro existiera en verdad, más allá del fácil enunciado clericaloide, adobado con el llamamiento a las “buenas familias” y las mejores conciencias, no permiten un equipaje intelectual pero el siglo XXI, pero tampoco la política del acomodo oportunista en apoyo e intercambio de favores disfrazado de capacidad concertadora y solucionadora de problemas.

El reto de Anaya no es únicamente disolver los enclaves de la corrupción en el PAN por la cual el ingenio popular los mudó de los “mochos” a los “moches”. No todo acto corrupto es aprovechamiento crematístico. También hay desviaciones de conciencia, no solo de conducta. El PAN se transformó en pocos años de un partido con fervor democrático (al menos eso decía) en una organización con aspiraciones de profesionalismo pragmático en el nombre del cual todo se permite mientras tenga como posibilidad la extensión de los privilegios.

Ricardo Anaya tiene buen afama así lo hayan querido enlodar con las grabaciones (ahora se dice falsas) de Ruffo y Padrés en busca de apoyos financieros para la campaña.

Si de veras quiere credibilidad, si busca quien puede meter por él las manos en el fuego, debe comenzar por retirarle toda protección política a Padrés cuando la justicia lo persiga. No lo alcanzará, pero al menos Claudia Pavlovich deberá hacer algo porque tanto desaseo resulta imposible de disimular. Por ella y por quien la puso en esa posición.

Una de las principales aportaciones a Anaya en su exitoso paso por la Cámara de Diputados fue impulsar el Sistema Nacional Anticorrupción. Pero algunos de sus primeros anuncios son meramente aparatosos y tienen el tufo de la fácil oportunidad y el recurso manido: bajarse el suelo, reducir la nómina. Eso no ataca a al corrupto, impresiona al ignorante.

La corrupción es algo mucho más hondo y enquistado. Lo deseable sería, si se habla en serio del tema, no evitar futuros actos deshonestos sino expulsar a quienes los hayan cometido en el pasado. Un ajuste de cuentas con la verdad, la moralidad, la ética. Y entonces se quedaría solo.

Y en cuanto a la reconciliación y la unidad, nuevamente se acude a frases hechas. La unidad en un partido sólo se logra con el reparto de las posiciones, el silencio de los inconformes y la sordina de las protestas. Los adversarios nunca se transforman en amigos, en todo caso serán enemigos hipócritas.

Nadie se distancia por las ideas; todos pelean posiciones, prebendas, puestos, dinero y poder.

Lo demás, son cuentos de hermosas dormidas. Y Anaya, aun cuando es joven, no es un niño, ni siquiera para creer o contar cuentos de hadas y brujas malas; bueno, ni novelas de Kawabata.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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