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El homenaje de esta mañana, en el cual simbólicamente Rafael Tovar y de Teresa dominará el Centro Nacional de las Artes, construido durante su primera administración al frente de la institucionalidad cultural del país, nos pondrá de frente ante una realidad compleja en materia de fomento de la creatividad.

El Centro de las Artes fue construido, sobre cenizas.

Su desarrollo se dio como una especie da contrición burocrática tras el desastre del incendio de la Cineteca Nacional en los tiempos frívolos de José López Portillo y su hermana Margarita.

Rafael Tovar lo propuso, lo impulsó y lo hizo de la mano con otro mexicano importante en la cultura nacional; el arquitecto Teodoro González de León.

En el Cenart se agrupan foros, escenarios, librerías, bibliotecas, la escuela de La Esmeralda y muchas otras instalaciones dentro de los terrenos de los amplísimos Estudios Churubusco, desarrollados desde la segunda mitad del siglo pasado.

Una ciudad del pensamiento, dijo alguien una vez.

EL propio conjunto es una muestra de cómo ha evolucionado de manera compleja y a veces contradictoria, el esfuerzo de lograr una estructura pública de fomento a la creación intelectual y su continuidad, su prolongación, su acumulación en ese envolvente concepto de “Cultura”.

Tovar comprendió todo esto de manera clara. Fue un hombre sin aspavientos, pero con dirección en sus propósitos y habilidad en sus procedimientos. Jamás se arredró por el enanismo presupuestal y aprovechó al máximo los recursos de sus varias administraciones. Podía hacer mucho con poco. Y si más tenía; más hacía.

Quizá su mejor cualidad, tanto en el Instituto de Bellas Artes como en el Consejo y después y por poco tiempo, desgraciadamente, en la secretaría de Cultura, fue su diplomacia para negociar con el vanidoso y en ocasiones insoportable “mundo” de los cultillos y quienes no lo son  tanto.

El ámbito de la creación esta poblado de farsantes, mediocres y “presupuestívoros” quienes exigen como si fueran James Joyce y escriben con la rupestre condición de un cagatintas.

Cualquier bailarina mediocre es Ana Pavlova y todo editor se siente propietario del “boom”. Tovar los trataba con delicadeza y cortesía y le daba a cada grupo, compañía, “ensemble” o conjunto, el lugar correspondiente.

Muchas cosas se le van a ir reconociendo y agradeciendo a Rafael Tovar y de Teresa con el paso del tiempo. Muchas en verdad.

En lo personal esta columna siempre estará agradecida con su atención y trato. Él aceptó incluir un libro mío en la colección de Periodismo Cultural (“El espejo de los días”,1994 ) y en tiempos cercanos me alentaba con insistencia casi retadora a prolongar aquel trabajo  con uno de mayor amplitud y profundidad.

–¿Cuándo me vas a dar el libro?, me decía cuando nos encontrábamos.

La incursión de Rafael Tovar en la administración de Felipe Calderón es un tema aparte.

Como todos recordamos una de las muestras mayores de ineptitud y rapacería de los gobiernos panistas fue la conmemoración de los festejos del Centenario de la Revolución (cuyo solo nombre les repugna) y el Bicentenario de la Independencia. La existencia del adefesio costoso llamado “Estela de luz”, nos deja ver su estela de corrupción simbólica e inamovible.

La comisión organizadora de los festejos le fue encomendada por Vicente Fox al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas  quien aceptó para hallar después una salida justificada: quiso crear una nueva constitución nacional. Se fue.

Felipe Calderón puso tiempo después las cosas en manos de Rafael Tovar y de Teresa.

En la avenida Constituyentes a un costado de Los Pinos, donde fue el Colegio de Arquitectos, Tovar recibió despacho y paisaje. Todo Chapultepec frente a sus ventanales. Estaba emocionado ante la posibilidad de repetir, con las herramientas de la modernidad, la hazaña de Guillermo de Landa y Escandón, gobernador del Distrito Federal en el Centenario.

Me contó sus proyectos  –una especie de federalismo, en el cual los Estados tendrían participación, como ya se había hecho en 1910–, y poco a poco lo vi desencantarse en medio una burocracia implacable y envidiosa; una mezquindad financiera feroz y una incomprensión propia de quien nada entendía: el Presidente Calderón quien tras el fracaso, hoy se ufana en oportunista tuiteo de haber tenido a Tovar en su equipo.

Lo tuvo, pero no lo retuvo. Tampoco lo mereció.

De buena manera pero con firmeza, Tovar le renunció. Los festejos fueron un desastre (una dispendiosa pirotecnia pueblerina con todo y un enorme monigote colosal e incomprensible, como para dar risa), y Felipe Calderón se tragó toda la “Estela de Luz”, inevitable símbolo de su derrota frente a la oportunidad de hacer algo más allá de la también fracasada guerra contra el narcotráfico y la delincuencia.

Alonso Lujambio, a quien le cayó en las manos la papa de la caliente ineptitud de su jefe, murió poco tiempo después de apechugar estoicamente con el cataclismo.

Hoy Tovar también esta muerto. Renació de aquel pantano burocrático del panismo inservible y volvió a Conaculta para luego construir la Secretaría de Cultura.

La vida no le dio tiempo para más, pero él aprovechó su tiempo para hacer mucho. Gracias.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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