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Una de las más  socorridas leyendas en torno del consumo de drogas, o mejor dicho, de la justificación del consumo, ha sido su sociedad indeclinable con la creatividad.

Muchos han puesto como punto de partida para los fenómenos contemporáneos de adicción socialmente reconocida  la obra de Aldoux Huxley sobre “Las puertas de la percepción” (incluso así fue llamado el grupo “The doors” en el cual cantaba Jim Morrison, muerto por sobredosis a los 27 años de edad) o los experimentos científicos de Leary en torno al ácido liso como Porfirio Bart un mjariguano.»as para termiknar dicienco como Porfirio Bartba Jacob: «e allérgico o la falsamente mística explicación sobre los “enteógenos”  de Gordon Wasson en la sierra mazateca de Oaxaca.

Como sea la discusión, el estudio, el análisis y la legislación (ya sea para sacralizarlos o condenarlos) de las drogas en el mundo, son añejas y lo seguirán siendo por años y más años.

Pero la asociación entre creatividad y adicción resulta particularmente esquiva. No todos los ludópatas escriben como Dostoyevsky; ni crean literatura como Poe los borrachos de la cantina de allá enfrente,  ni todos los mariguanos hacen cosas maravillosas, como en su momento hubo quienes sí las hicieron.

Vale ahora observar cómo alguien puede, así tenga el talento de Ramón del Valle-Inclán, distorsionar su juicio en torno de los efectos sociales de la “mota”. Veamos:

—A mí México –decía el autor de Tirano Banderas–, me parece un pueblo destinado a hacer cosas que maravillen. Tiene una capacidad que las gentes no saben admirar en toda su grandeza: la revolucionaria.

“Por ella avanzará y evolucionará. Por ella… y por el cáñamo índico, que le hace vivir en una exaltación religiosa extraordinaria.

—¿Por el cáñamo índico?

—Por la hierba marihuana o cáñamo índico, que es lo que fuman los mexicanos. Así se explica ese desprecio a la muerte que les da un sobrehumano valor”.

En cuando a este asunto vale reproducir algunos párrafos del ensayo, de Marta Herrero Gil en torno de Ramón del Valle Inclán. Y los “pretextos de la cultura”.

“Valle-Inclán –dice– era más un asceta que un adicto. Soñaba con convertirse en faquir. Buscaba el dolor para palpar lo real, apenas ingería alimentos sólidos, era capaz de beber café ardiendo, rechazaba la anestesia en las operaciones quirúrgicas. Y fumaba hachís. No por evasión, sino por búsqueda. No por, como dijera Baudelaire, querer alcanzar sin esfuerzo las bellas experiencias de los místicos, sino porque el hachís se le había puesto delante, sin más. No por moral ni contramoral.

“Él era un excéntrico en camino hacia el centro. De sí. Del ser. Y el cannabis, que probó inicialmente por consejo médico, se volvió eventual escudero.

“Las obras de Valle aparecen salpicadas por la sustancia. Especialmente interesantes son, en relación al hachís, la conferencia Los excitantes en la literatura. Peligros y ventajas, que pronunció en Buenos Aires en 1910, La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales, y La pipa de kif.

“El gallego se ponía a fumar y la eternidad se le presentaba delante. No es que el pasado y el futuro se plegaran en el presente, sino que entraba en contacto con su infancia y, más allá, con «una memoria lejana anterior de las cosas y las personas», dijo en Buenos Aires.

“Era capaz entonces de verse a sí mismo integrado en la unidad y centro perfecto en el que convergían (bella intuición humanista) «las nociones acabadas y perfectas de todas las cosas que le rodeaban; el supremo bien, la suprema felicidad claramente distinguida, estaban en su espíritu hecho preclaro…».

«…Era otra vida la que me decía su anuncio en aquel dulce desmayo del corazón y aquel terror de la carne», escribió en La lámpara maravillosa. Otra vida…

“Yo, torpe y vano de mí, quise ser centro y tener de la guerra una visión astral, fuera de geometría y cronología, como si el alma, desencarnada ya, mirase a la tierra desde su estrella.

“He fracasado en el empeño, mi droga índica en esta ocasión me negó su efluvio maravilloso. Estas páginas que ahora salen a la luz no son más que el balbuceo del ideal soñado”.

Como sea, en el mariguanísimo mundo por venir, no todos podrán hallar explicaciones tan elaboradas para terminar diciendo como Porfirio Barba Jacob: “soy un perdido, soy un mariguano.”

Por lo pronto… ¡presssta!

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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