Instituto Electoral del Estado de México

Hace muchos años un amigo me ofreció la clave del éxito al menos en materia editorial o de oferta política. Más bien para cualquier asunto en el cual fuera necesario lograr la preferencia general: tira siempre para abajo.

Apela a lo básico a lo instintivo a las cosas cuya presentación no requiera reflexiones; la gente no piensa y cuando piensa lo hace mal; la masa es imbécil y crédula, no busques su cerebro, busca sus glándulas, excita el furor nacional, la simpleza, lo instintivo, habla de valores así sean los nunca practicados, elogia la familia, la seguridad, la fortaleza de la patria.

Y sí lo haces de manera segura, persuasiva, con manotazos en los atriles y las mesas, con vehemencia de guerrero, con gesto de fiereza, los verás desparramarse con chorros de entusiasmo, vencidos por el mensaje firme y sin debilidades.

Hoy Donald Trump colecciona críticos por el mundo. Mientras más personas hablan mal de él y lo exhiben con todos los calificativos posibles, con los denuestos propios de quien merece eso y más, así crece su aprobación.

Su victoria en el “Supermartes” así lo comprueba.

Se podría decir, la popularidad de Trump es inversamente proporcional a las críticas recibidas… fuera de Estados Unidos.

Es una desgracia, pero ni las diatribas de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura ni los señalamientos del Papa Francisco en torno de la poco franciscana o cristiana actitud del constructor de la muralla imposible, mellan el filo de la espada de fuego con la cual este arcángel del mundo ”red neck”, se ha colocado en la puerta del paraíso americano para expulsar a los “no blancos” e impedir la entrada de quienes carezcan del certificado WASP.

Pero lo más grave de Trump no es su “genial” idea de hacer una muralla de tres mil kilómetros, la cual él mismo ya compara con la edificada hace cientos de años por los chinos para contener a los mongoles y otros enemigos, sin un resultado positivo, por cierto. La gran barrera de los manchúes nunca sirvió para nada, no entonces, ni ahora, excepto como atractivo turístico.

Lo peligroso de Trump es fomentar entre la masa ignorante de los Estados Unidos, cuya vastedad es superior a lo imaginable, la idea de una supremacía económica asociada a una condición racial y una generalizada idea del triunfo como consecuencia directa de la riqueza.

El dinero como explicación única de la vida y sus misterios, la ganancia, el triunfo así entendido, en una sociedad cuya condición de pobreza abundante nunca es divulgada por los propagandistas del “american way”, pero cuya realidad es incontestable.

No todos los americanos disfrutan el sueño americano, pero Trump les hace creer lo contrario y le adjudica a las minorías, especialmente a la mexicana, la dificultad acceder a tan merecido paraíso.

El discurso de la exclusión, el aislamiento (un muro aísla; no conecta) no es sino la forma socialmente impresionante de ofrecer un valor supremo: solos somos mejores.

Obviamente el mundo vive las consecuencias del temor americano. El “american fear” como forma absoluta del control político. No importa si los gringos son republicanos o demócratas; a fin de cuentas resulta lo mismo en términos generales. A todos ellos los domina el miedo. Horror ante las posibilidad es del terrorismo, pánico por la pérdida de su seguridad doméstica, desconfianza ante quien les pide el desarme hogareño y el abandono de la fratricida Segunda Enmienda por la cual todo americano es un pistolero orgulloso.

Trump no fomenta los miedos de la clase media; estimula la fragilidad de toda la masa nacional.

Su discurso, hasta ahora aceptado y respaldado cada día por más personas, al menos en el complejo sistema electoral de los Estados Unidos, lo tiene en la apunta por encima de los otros dos radicales derechistas del Partido Republicano y aliado feliz en los delirios del “Tea Party” y el mujerío representado, por Sarah Palin.

Trump estimula también otra de las obsesiones americanas. Resultar ganador.

–¿Frente a qué?

–Frente a cualquier cosa. Ganar no es el resultado de competir, ganar es una forma de confirmarte como americano real. Somos ganadores, somos vencedores.

Y por desgracia, cuando hay un vencedor de esta manera siempre hay perdedores. Los votantes americanos no saben cuánto van a perder en libertades democráticas y avances culturales con un cavernícola con peluquín en la Casa Blanca, como los ocurriría con este grotesco individuo a quien las críticas del mundo solamente hacen crecer y crecer donde importa: entre la mayoría silenciosa, irreflexiva e instintiva del pueblo americano.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta