Instituto Electoral del Estado de México

En estos días, con motivo de una pieza teatral en la escena, se ha hablado mucho de Winston Churchill y aquellos días de mayo de 1940 cuando dos visiones de la política exterior chocaron frontalmente en cuanto a la forma cómo se debía tratar a un enemigo.

El escenario y las circunstancias, obviamente son diferentes al actual momento mexicano.  No se trataba en la Europa de aquellos años de un enemigo potencial sino de una guerra abierta y en marcha, cuyos ejércitos se batían en los campos europeos ante la implacable fortaleza de  las tropas alemanas comandadas por Adolfo Hitler cuya voracidad militar amenazaba con engullirse el continente y si hubiera sido posible… el mundo.

Frente al enemigo Winston Churchill puso nada más un arma: la intransigencia.

No y no. Nada de nada. Punto.

Halifax, el ministro de Exteriores (en una de las innúmeras reuniones del gabinete de guerra) “manifestó que Sir Robert Van Sittart (asesor diplomático de GB)  había conseguido descifrar lo que el embajador italiano tenía en mente; es decir, una clara indicación de nuestra parte de que nos gustaría contar con la mediación de Italia.

“El primer Ministro (Churchill) indicó que el objetivo claro de Francia consistía en que Mussolini actuase como intermediario entre Hitler y nosotros. Afirmó que no estaba dispuesto a aceptar dicha posición.”

La obra de la cual me sirvo para recrear estos momentos (Cinco días en Londres, Mayo de 1940, Churchill solo frente a Hitler, de John Lukacs) sigue diciendo:

“El Secretario de Exteriores dijo que la propuesta discutida con Reynaud (Primer Ministro francés) el domingo, había sido la siguiente: declarar que estábamos dispuestos a a luchar hasta la muerte por nuestra independencia, pero que si esta quedaba salvada, nos mostraríamos dispuestos a negociar ciertas condiciones con Italia (y de paso con Hitler. N de la R).

“El Primer Ministro expresó que los franceses estaban intentando arrastrarnos por una pendiente resbaladiza. La posición sería totalmente diferente una vez que los alemanes intentasen, sin éxito, la invasión de este país”.

Pero la parte central de ese  juego triangular o cuadrangular en el cual estaban Francia, Italia (aliada de Hitler), Inglaterra (acosada) y Francia (invadida), se centraba en una sola cosa:

“…EL punto crucial es que Reynaud desea vernos, en una mesa de conferencias parlamentando con  Hitler.

“Si en algún momento ocupásemos un lugar en esa mesa –pensaba Churchill–, descubriríamos que las condiciones ofrecidas afectarían a nuestra independencia a nuestra integridad. Al levantarnos de la mesa nos veríamos privados de la determinación que está ahora a nuestro alcance.”

La determinación, ovbiamente, era negarse a parlamentar.

Y remata:

“…En efecto, sus condiciones nos pondrían completamente a sus pies…”

Como se ve el dilema, la encrucijada, era simple de advertir pero difícil de salvar: hablar o no hablar con Hitler. Algunos políticos proponían hacerlo.

Churchill dijo –y sostuvo–, su palabra favorita en cuanto se trataba del Führer: no. Seco, rotundo e inflexible.

El resto de la historia es conocido.

Si el pasado resulta, como dicen algunos, un maestro confiable, ¿cuál es la enseñanza derivada de este episodio? Pues una en especial: pensar siempre antes de sentarse en una reunión,  cómo se va uno a levantar de la mesa cuando esa entrevista termine.

Es decir, detectar (esperar, prever o perseguir) por adelantado la utilidad o el beneficio directo, instantáneo de hablar con un enemigo quien no por ese solo hecho dejará de serlo, sino por el contrario, hallará más elementos (o pretextos, como hemos visto) para fortalecer su postura.

Hoy, sin el velo histórico de aquellos personajes, y sin un Churchill a la mano en ninguna parte del mundo, podemos ver lo ocurrido entre las relaciones bilaterales entre el gobierno de México y los candidatos en pugna en los Estados Unidos, de quienes nos hemos convertido, gracias a un cálculo erróneo y pueril, en piezas de su tablero sin un sólo miligramo de utilidad para México.

El señor Donald Trump, con quien el presidente Peña Nieto nunca debió haberse reunido, ha endurecido su posición en el juego electoral de una campaña disminuida (la de Trump)  cuyo mejor recurso fue llamar la atención de su público mediante el uso perverso de la imagen presidencial de México, el viaje relámpago a esta ciudad y la discusión sobre algo y únicamente suyo: el muro y quien lo paga, dando por factible (con la aquiescencia mexicana) el hecho indigno de construir la tal muralla.

Y la señora Clinton, en una campaña de memes y mensajes por la red, pone a un Jefe de Estado y a un candidato opositor en la misma canasta de su propaganda. Y para ello usa el financiamiento del muro imaginario.

Ellos se disputan algo y alguno de los dos ganará el más grande poder político del planeta, pero México no ha ganado –ni ganará–nada. Tampoco tendría por qué haberse convertido en materia disputable.

Nada se obtuvo allá y nada positivo se consiguió en lo interno.

El presidente Peña,  cuyas intenciones fueron –ni duda cabe–, justas y hasta cierto punto previsoras y audaces, cometió un grave error de cálculo (el peor error de cálculo es no calcular) y lo pagará de aquí al 2018.

En efecto, la entrevista negra del agosto negro tendrá notables efectos electorales, pero no allá, sino aquí.  Es cosa nada más de esperar.

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La divulgación parcial de las cartas enviadas por el presidente Enrique Peña a los candidatos estadunidenses en contienda presidencial deja en claro, al menos en el modo formal, haya sido así o no, el papel secundario y hasta cierto punto sin importancia de la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, en todo este asunto.

Durante varios días se especuló si el verdadero promotor de esa malhadada reunión, había sido el secretario de Hacienda y principal asesor de Enrique Peña desee los tiempos ya lejanos de la campaña por el gobierno del estado de México, Luis Videgaray.

En el texto conocido Peña dice:

“…Por lo tanto sería un gran honor encontrarme con usted (más allá de la formalidad diplomática, hay de honores a honores, en verdad) y tener una conversación directa sobre el futuro común de nuestras naciones.

“Por este propósito (para) he instruido a la Secretaría de Relaciones Exteriores a contactar a su oficina.”

Esta columna ignora si la carta de tres pliegos (dicen los medios) fue escrita en inglés, español o “espanglish”, pero lo claro en ella es el relegado papel de la secretaria Ruiz Massieu.  Las instrucciones se dan después de la invitación, no antes.

En todo caso la estrategia debió ser al revés. La secretaría debió haber contactado al aspirante presidencial antes de la carta y esta debió haber sido redactada en términos previsores sobre el contenido de la reunión.

Pero hoy ya no tiene sentido teorizar sobre cuáles cosas debieron ser. Hoy se necesita profundizar en las consecuencias de los hechos, no de los sucesos jamás acaecidos.

La utilidad política resultó nula. La toxicidad del asunto altamente peligrosa y el riesgo futuro de las relaciones, cierto y real.

Por ahora la posición de Claudia Ruiz Massieu ha quedado debilitada. Quienes en un arrebato de especulación previsora veían en ella la posibilidad de enfrentar a una mujer contra la posible (no probable) candidatura de Margarita Zavala por el Partido Acción  Nacional, se han  quedado sin esa carta. La única mujer en el PRI hasta ahora ajena al desastre es Ivonne Ortega.

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Mañana toma posesión de su cargo Omar Fayad, gobernador de Hidalgo. Será una buena ocasión para pulsar el ánimo de los priistas en un estado donde si bien hubo ganancias también hubo perdidas. el enclave perpetuo se sostiene, pero no son estos los mejores días para la celebración.

Quizá se vean algunas caras largas.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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