Instituto Electoral del Estado de México

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Nadie sabe si es verdad, pero el odio de Gustavo Díaz Ordaz contra Ernesto P. Uruchurtu, su ambicioso y bien posicionado jefe del Departamento del Distrito Federal, estalló tras la inauguración del Azteca en mayo de 1966.

El colérico presidente de entonces siempre culpó a su jefe del Departamento del Distrito Federal de haberle puesto una trampa, de haberlo llevado tarde a la ceremonia y aun de alentar grupos hostiles contra su alta investidura.

La rechifla fue tan enorme como el estadio.

Cuatro meses después, con pretexto de un desalojo de colonos irregulares en los predios de Santa Úrsula, cerquita del campo de futbol, el Regente de Hierro fue expulsado para siempre de la política mexicana. Murió solo y sin una palabra pública de rencor, pero tampoco ninguna de explicación.

Cosa notable, pero Gustavo Díaz Ordaz, al frente de un gobierno ensangrentado, pudo acudir al estadio de la Ciudad Universitaria (ocupada por el Ejército, claro) a cerrar los Juegos Olímpicos sin recibir ninguna protesta tumultuaria.

Miguel de la Madrid fue otra víctima del rechazo en ese mismo lugar durante la inauguración del Mundial de futbol México 86. Le silbaron de manera inclemente y fue necesario aumentar la potencia del sonido local para acallar la protesta con el Himno Nacional.

Años después, en pleno auge de la alternancia democrática, cuando acababa de ganar las elecciones para jefe de Gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas tuvo la pésima ocurrencia de acudir a la Plaza México el día de la inauguración de la temporada. Al levantarse para recibir el brindis por la muerte del primero de la tarde, los aficionados lo abuchearon de manera impía. Con la montera en las manos, el ingeniero se sentó apenado.

Las multitudes siempre silban. Excepto en el caso de Juan Ramón de la Fuente (cuando era rector de la UNAM), no he visto expresión de simpatía absoluta para nadie relacionado directamente con el poder político en la Plaza México.

Pero en este sexenio han ocurrido varias cosas. Felipe Calderón ha ido varias veces al Azteca y nadie lo había injuriado ni molestado. Discreto en el palco principal, acompañado del presidente de Costa Rica, Óscar Arias, disfrutó un juego de la Selección Nacional.

Los jilgueros calderonistas de la radio, los mismos cuyas palmas se enrojecen cuando el jefe del Estado modela y luce “la verde” para felicidad de los dueños de la Federación de Futbol, la tele y Adidas, acuñaron una frase de lisonja: “Pasó la prueba del estadio”.

¿Cómo entonces ocurrió la silbatina bochornosa del miércoles anterior en Torreón, Coahuila, durante la inauguración del estadio Modelo?

La agencia Apro lo reporta de esta manera:
“La afición del club de futbol Santos Laguna abucheó al presidente Felipe Calderón Hinojosa durante la inauguración del estadio Territorio Santos Modelo.

“Mientras dirigía un mensaje oficial, el público rechifló al mandatario, quien se retiró del estadio al medio tiempo del encuentro entre la escuadra local y el equipo Santos de Brasil… El abucheo a Calderón, que también se extendió a Moreira, contrastó con el homenaje que la afición regaló a Pelé.

“Mientras la afición rechiflaba al mandatario, éste dirigió un escueto mensaje: ‘Que sea para la alegría y unidad de los laguneros y para los éxitos del Santos Laguna y de su gran afición’”.

Si el lagoteo del partido contra Costa Rica fue para decirle cómo lo había aprobado la masa anónima, en sentido contrario ahora se le podría decir sobre su reprobación. Justo es decir en abono de una explicación la diferencia de los casos.

En los tiempos de la calificación del “Tri” para Sudáfrica, un asunto de supervivencia para la televisión en el cual el gobierno se montó para seguir con el pan y el circo, no se habían alzado los impuestos de la brutal manera como ahora se sufre.

Y otro enfoque. Ir al estadio es una cosa; apropiarse del espectáculo como si fuera un logro personal, es algo distinto.

La grada ruge cuando le quieren dar gato por liebre, cuando le quieren meter un golazo en fuera de lugar. Los ciudadanos exigen respeto para sus diversiones, para su ámbito pagado, para su diversión. Nadie quiere ir a un espectáculo por el cual ha pagado mil o dos mil pesos y encontrarse de pronto con la construcción de un monumento a la figura presidencial.

Pagaron por ver a Pelé, no a Calderón. A uno le aplaudieron, al otro le silbaron.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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