Instituto Electoral del Estado de México

En la religión católica los misterios se dividen gozosos y dolorosos. No incurriremos en definiciones profundas: Gozosos, dolorosos y luminosos. La Anunciación, por ejemplo; la Eucaristía y la Crucifixión. Cada uno en su clasificación.

Pero en la vida mundana,. En cosas muy alejadas del espíritu también hay misterios. Y uno de ellos son los zapatos de las mujeres.

Lo misterioso no es la forma como suelen acumularlos y cómo siempre les falta algún par. No tengo azules o rojos o verdes o atigrados o como de cebra o con hebillas o sin éstas; con  punta o romos, chatos, agudos, con pellejo de cocodrilo o simplemente bicolores, blanquinegros o negriblancos (no es lo mismo)  como los de Chanel o con suelas rojas como ahora se estila.

El otro misterio es la forma como los adquieren El Santo Job no habría tenido jamás la paciencia para trabajar en una zapatería, ni con Jimmy Choo ni en La Milagresa.

He visto el caso de una muchacha a las cinco de la tarde en una zapatería del centro de la ciudad de México. Por la vidriera miró un par de su agrado y entró a probarlos. Metió su piececito con ademán de Cenicienta ante la zapatilla de cristal (no de vidrio, el vidrio es burdo) y luego pidió otros y después otros más y luego prosiguió hasta recorrer el surtido completo. Dos horas después se decidió: no compró nada.

Fue a otras tiendas, hizo recorrer a los vendedores todas las estaciones de la Vía Crucis de su capricho –no le gustaban los blancos por claros ni los negros por oscuros; los cafés no hallaban combinación en el guardarropa y de aquellos no había talla ni medida a su ajuste–, y tiempo después volvió al, punto de partida y compró, dichosa, el primar per a de la tarde.

Sus acompañantes estaban al borde del infarto.

–No tienes paciencia, decía como único comentario ante su veleidad.

Pero no es la selección del calzado la única expresión misteriosa. Hay cosas mayores. Por ejemplo; cómo hacen para amontonar en los closets y sobre todo en la memoria, la enorme cantidad de “flats”, mocasines, zapatillas, tacones, estiletes, huaraches (hay algunas huarachudas), plataformas y demás.

–No esos no son, quiero los de la hebillita…

Sin  embargo todo este prólogo, preámbulo o prolegómeno no tiene otra intención sino llegar al misterio mayor; al más complejo de todos ellos: ¿para qué quieren las mujeres los zapatos?  Para cualquier cosa, como después veremos, menos para caminar.

Los zapatos tiene una función  estética, no utilitaria. Es decir, sirven para verse bien (o para ser bien vista), no para la rusticidad pedestre de la marcha bípeda. Hay mujeres con varios pares. Alguno en el auto, otros en una bolsa de plástico junto a la joya de Gucci. Aquí valga decir algo sobre los bolsos, pero eso será materia de otra columna, si Dios nos presta vida, lo cual sería un misterio más.

El caso es simple: como las agujas no sirven parta la marcha, sobre todo en esta ciudad llena de agujeros, piedras, zanjas, desniveles, irregularidades, rampas rotas; banquetas despedazadas y escaleras derruidas como esa de la Estación Nativitas del Metro, entonces se deben llevar una viles chanclas con las cuales se pueda caminar o manejar si raspar el talón de los carísimos Vía Espiga en el tapete de la camioneta. Toda mujer respetable tiene una camioneta; no un auto.

Sin embargo y a pesar de lo atractivo de la figura femenina sobre los largos tacones y lo inverosímil y precario del equilibrio de las actuales plataformas con cuyo auxilio toda parecen con la misma estatura de las modelos de Victoria Secret, algunas hacen proezas de locomoción. Suben y bajan por las oficinas y las hay hábiles para marchar sobre tacos del quince a pesar de un embarazo de varios meses. Hay de todo en la viña del señor.

Y uno se sorprende con esas habilidades y no comprende cómo ya entrada la noche de fiesta o la posada la elegantísima mujer de insólitas agujas, se sienta fatigada y se saca las zapatillas mientras frota sus empeines o sus talones (donde nunca falta una “curita” para aliviar la fricción dolorosa y diga; estos tacones me están matando.

Pero algo deben tener los tacones. Reviso el célebre libro fotográfico “The “pin-up”; a modest history by Mark Gabor”: en la historia de los carteles de mujeres desnudas, nació el fetiche de las zapatillas.

El erotismo del “afiche”,  implicaba desnudar a las modelos y dejarles puestas las zapatillas: Venus con tacones.

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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