Instituto Electoral del Estado de México

Personalmente nunca he tenido una. Es más, ni siquiera la he leído, ni me la han enviado. Nada, nada de nada en 47 años.

Eso debería hundirme en un estado depresivo. ¿Soy tan insignificante como para nunca haber tenido la medalla contemporánea de una amenaza? 

Y debo decirlo, ni en conflictos armados ni en manifestaciones, ni en trifulcas electorales, nunca me han golpeado. Jamás me ha caído encima la furia de un granadero, bueno, ni de un manifestante de la APPO. Ni me amenazan ni me pegan. ¡Vaya reportero sin medallas! Pero como dicen los gallegos de las brujas, no creo en ellas, pero de que las hay, las hay.

Pero no queda mucho por hacer. Así me ha tratado el oficio en un país donde los peligros son muy grandes para los periodistas  y sus similares y conexos y hasta para quienes dicen serlo sin verdad. La estadística mortal nos pone como si fuéramos un país en guerra.

Bueno, hasta hay oficinas especializadas en la Procuraduría de la Justicia o las Comisiones de Derechos Humanos para poner entre algodones a los periodistas quienes (¿sabe usted?) somos la encarnación del Derecho a la Información y la Verdad. Ni más ni menos. ¿Cómo la ve, mi buen?

Hay instituciones para cuidarnos, ponernos escoltas e implantar para nosotros medidas cautelares. Pero como lo cautelar no quita lo valiente, mis compañeros de oficio siguen en sus líneas editoriales y como diría el señor Johnny  Walker, caminan tan campantes con la cara al sol, como debe ser.

Sin embargo (antes de todo esto) yo sufrí de cerca la muerte de un colega.

No sólo un hombre de mi propio oficio (cuya cercanía afianzó mi vocación y condujo mi aprendizaje); un amigo, un cercano muy próximo; un tutor, un maestro a quien cuatro tiros por la espalda (sin previas amenazas ni tuits intimidantes, pues en aquel tiempo ni los había) lo enviaron al otro mundo sin darle siquiera oportunidad de sacar su eterna e imprescindible e inútil escuadra.

Manuel Buendía fue asesinado a plena luz de la tarde (sin advertencias, insisto) en una de las principales avenidas de la ciudad de México y a pesar de todo el escándalo generado por la captura del autor intelectual de su muerte, nunca se supo bien a bien el móvil del crimen.

Fue para evitar la publicación de las narco relaciones de la Dirección Federal de Seguridad (o al menos de su cabeza) con el narcotráfico, dicen los más. Es posible, pero no es suficiente.

Ahora recuerdo un episodio.

Una tarde alguien comenzó a seguir a Buendía.

Él se percató. Lo vio al salir del restaurante donde había terminado de comer y lo advirtió nuevamente al doblar la calle.  Entró a una  tienda  y de la caja llamó a un amigo, un policía cuyo nombre me reservo. Este envió dos agentes a la oficina del periodista quien reemprendió su camino con la “cola” puesta.

Los agentes con disimulo lo vieron entrar y detectaron al perseguidor quien ingresó tras el columnista al mismo edificio de la colonia Juárez. Lo tomaron por sorpresa, lo inmovilizaron y lo interrogaron.

No era un sicario, era un policía militar, adscrito a un área de Inteligencia de la Sedena, cuya misión era “cuidar”  a Buendía.

Por lo visto quienes lo cuidaban no lo hicieron con cuidado.

Hoy leo columnas donde mis compañeros hablan de las amenazas recibidas. Otros escriben sobre la fatalidad de una profesión acosada y disminuida en su respeto público. Al parecer está de moda hacerse la víctima, lo cual siempre será mejor a convertirse en mártir de las letras cotidianas.

Casi todos los amenazados señalan a Morena como el origen de las advertencias peligrosas. Yo no lo sé. Los “Morenos” no me dan confianza pero al menos a mí nunca me han dicho ni siquiera buenas tardes o malas tardes. Ni me pelan.

Hubo un tiempo cuando me soltaban puyas porque yo le decía Andrés López a don Andrés Manuel López Obrador. Pero luego les dejó de importar. A él también. Además yo no tengo la culpa; así se llama.

–¿De veras serán tan torpes para andar lanzando amenazas sin ton ni son? O con son, o con ton. O como sea.

Pero si los refranes son exactos o inexactos esta es una oportunidad para probarlo: perro que ladra no muerde.

Pues quizá no muerda, pero como chinga… ¿Verdad, Héctor?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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